C6- SERE BUENO.
En la sala de Kate y Oliver estaban en la fila central, compartiendo una cubeta enorme de palomitas, con una manta sobre sus piernas. El dragón animado en la pantalla rugía con fuerza, escupiendo fuego y Kate se giró hacia su hijo, abrió los ojos exageradamente y fingió un rugido, sacando las manos como garras.
—¡Rawrr! ¡Soy el dragón devoraniños! —dijo, lanzándose sobre él con cosquillas.
—¡Mami! ¡Ya basta! —gritó Oliver entre risas—. ¡Estoy grande para eso!
—Pues, para mí siempre serás mi bebé —dijo ella con ternura, deteniéndose para mirarlo.
Oliver, tenía el cabello rubios como ella y los ojos azules como el, además de muchas cosas más, y siempre que lo miraba, lo veía a él.
―¿Qué pasa, mami?
—Nada, mi amor ―dijo tratando de sonreír.
Oliver la abrazo y beso su mejilla.
―Cuando sea grande voy a cuidarte, así como tú me cuidas a mí.
Kate se quedó sin palabras y sintió un nudo en la garganta, le acaricio la mejilla, con los ojos brillando.
—Yo te voy a cuidar siempre, porque te amo.
—Yo también, mami.
El momento era perfecto… hasta que algo cambió.
Un par de filas más abajo, un niño se levantó de su asiento. Tenía la misma edad de Oliver, quizás un poco más, caminaba entre las butacas riendo mientras su padre, con una sonrisa, lo perseguía fingiendo ser un monstruo. El niño gritaba feliz, buscando refugio en los brazos de su papá.
Oliver los miró… y dejó de reír.
Se quedó observando en silencio, con la cabeza ladeada y las manos quietas sobre las palomitas. Y esa imagen, tan simple y cotidiana… lo desarmó por dentro. No dijo nada. Solo bajó la mirada.
Kate lo notó y su corazón se encogió.
—Oli… —susurró.
—¿Puedo preguntarte algo? ―la interrumpió.
—Claro, mi amor.
Oliver dudó un segundo, pero luego la miró con ojos serios, como si por fin se atreviera a decir lo que siempre había guardado.
—¿Por qué papá nos abandonó?
Kate sintió cómo el alma se le partía.
—Si se casó contigo… ¿por qué no nos quiso? ¿Es por mi culpa?
Sus palabras eran suaves, pero tenían filo y se clavaron donde más dolía. Kate trató de sonreír, pero no pudo.
—Oli, escúchame. No fue por ti. Tú eres lo mejor que me ha pasado. Eres brillante, amable, fuerte… Nunca fue tu culpa, mi amor.
—¿Entonces por qué? —insistió él—. Todos mis amigos juegan con sus papás. En el parque, en fútbol. Y yo… siempre estoy solo… tú trabajas mucho, yo lo sé. Pero… si tú lo llamas, tal vez venga. Yo puedo hablar con él, mami. Le diré que soy bueno, que no voy a molestar. Y así… ya no estaré solo.
Kate no lo dejó terminar. Lo abrazó tan fuerte como pudo, con los ojos cerrados y tragándose las lágrimas.
—Tú nunca estás solo, mi amor. Nunca. Yo siempre estoy contigo, siempre…
Oliver apoyó la cabeza en su pecho, en silencio.
Y Kate, mientras lo abrazaba, entendió lo que siempre había evitado: su hijo necesitaba un padre.
Durante el camino, Oliver se había quedado dormido y Kate lo miro en silencio, su corazón apretado aún por lo que había pasado en el cine.
No iban a casa.
No a la mansión Maxwell.
Iban al departamento de Aisling.
Porque desde que Oliver cumplió un año, vivía con su mejor amiga, esa era la única forma de mantenerlo completamente lejos de cualquier riesgo.
No quería que Grayson supiera de Oliver. Porque aunque él nunca volvió, temía que alguien de la mansión, algún chofer o una sirvienta, pudiera hablar más de la cuenta.
Se enteró de su embarazo tres meses después de la boda y cuando lo supo, fue a Irlanda, sola y Oliver nació allá, sus padres lo sabían.
No confiaba en ellos.
Porque en cuanto lo supieran, usarían a su hijo para chantajear a Grayson, para sacarle dinero. Y no dejaría que su hijo fuera usado como ella.
Esa noche, después de acostar a Oliver y arroparlo con su cobija favorita, Kate cerró la puerta con cuidado. Y en la sala, Aisling la esperaba con una copa de whisky.
—¿Qué tal la película? —preguntó, pasándole el vaso que ya tenía listo para ella.
Kate bebió un sorbo y luego se dejó caer a su lado, exhausta.
—Todo iba bien… hasta que preguntó por su padre.
Aisling alzó las cejas, sin sorpresa.
—¿Y qué esperabas? Tiene siete años y un coeficiente alto. No es tonto, Kate. Además… es un niño. Se había tardado en hacerlo.
Ella asintió despacio, parpadeando para que no se le notaran las lágrimas.
—¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Decirle que su padre es un demonio andante que se casó conmigo solo para vengarse de mi familia?
Aisling guardó silencio un momento. Ella era la única que sabía toda la verdad. La única que estuvo ahí cuando Grayson desapareció y Kate se quebró, la que la ayudó a escapar, a reconstruirse, a sobrevivir.
—No, claro que no… —murmuró al fin—. Pero es un niño y le hace falta un padre.
Kate se tensó.
—Por favor… no empieces con lo mismo.
—¿Por qué no? Llevas siete años sola. Ni una cita, Kate. No porque no te lo propongan… sino porque tú no te dejas. No has superado nada. Sigues aferrada. Ya tienes que olvidarlo. Quizás él ya se casó.
Kate se levantó del sofá sin mirarla, caminó hacia la ventana y el reflejo de las luces de Londres pintaba sombras en el vidrio.
—Yo… no estoy pensando en él.
—Claro —Aisling soltó una risa baja—. Se te nota. Aún estás enamorada de Ethan.
Kate se giró con lentitud, pero no respondió. No tenía caso. Porque por dentro sabía la verdad. Ethan, su exnovio ya era parte de un recuerdo cerrado.
No pensaba en él. Pensaba en Grayson, pero eso nunca lo admitiría.
—¿Sabes qué? Me voy. Mañana tengo un caso temprano…
—Sí, sí, claro —murmuró Aisling, apoyando el vaso en su pierna—. Siempre huyes.
Kate ya estaba tomando su bolso cuando la voz de su amiga la detuvo en seco.
—Pero llegará el momento en el que el pasado te golpee en la cara, Kate.
La puerta se abrió.
—Y no vas a poder huir.
Kate no se dio la vuelta y salió. Pero algo, en lo profundo de su pecho, le decía que Aisling tenía razón.