C5- SU MAYOR SECRETO.
SIETE AÑOS DESPUES…
La sala de juicio estaba en completo silencio. Todos esperaban el veredicto. Y Kate Langley se mantenía de pie junto a su clienta, con el porte firme, el mentón alto y la mirada clavada en el juez.
El magistrado revisó los papeles una última vez y habló con voz clara:
—Este tribunal falla a favor de la señora Florence Davies. Se concede el divorcio inmediato, con custodia total y derecho a compensación económica. El tribunal reconoce el abuso emocional ejercido por el señor Davies y declara disuelto el vínculo legal.
Un leve murmullo recorrió la sala. Kate sonrió con discreción y su clienta, que entre lágrimas, la abrazó con fuerza.
—Gracias… no sé cómo lo lograste.
Ella no respondió. Solo le devolvió el abrazo con un gesto seguro, pero elegante. Vestía un conjunto de falda tubo gris perla y una blusa blanca entallada. Sus tacones de aguja hacían eco sobre el mármol cada vez que caminaba. Su cabello rubio estaba alto en una coleta, recogida con firmeza, dejando al descubierto su rostro impecable, sobrio y sofisticado.
Recogió su portafolio y salió del recinto con paso seguro. Su secretaria, una joven menuda llamada Eva, la seguía de cerca, revisando mensajes en el teléfono.
Pero justo al salir, su camino se bloqueó.
—Langley.
Alzó la vista y era Malcolm Reid, abogado de la otra parte. Un hombre arrogante, con la corbata floja y el ego por delante.
—¿Ahora qué, Reid? ¿Vas a reclamarme porque volví a ganarte?
Malcolm la miró de arriba abajo, con desprecio.
—Tú no ganas casos por talento —escupió con una sonrisa torcida—. Los ganas porque eres una solterona amargada, sin vida. Una mujer que ningún hombre querría.
Las palabras la golpearon como una bofetada, haciéndola encogerse por dentro. Pero su rostro no lo mostró, en cambio, sonrió con elegancia.
—Y aun así, con todo eso, te humillo en cada sala en la que compartimos espacio. Imagínate si fuera feliz.
Pasó junto a él con la cabeza en alto y Eva la siguió en silencio, impresionada.
Pero por dentro, Kate sangraba.
Las palabras de Reid se le clavaron más hondo de lo que quería admitir. No porque fueran del todo ciertas… pero gran parte, lo eran.
Llevaba años sola.
Siete, para ser exactos.
Desde aquella noche.
La noche en que Grayson la besó con furia, la tocó como si la odiara… y luego desapareció.
No llamó. No escribió. No explicó nada.
Solo un abogado que llegó una semana después con papeles a su nombre: la mansión, cuentas bancarias llenas, y un contrato firmado por Grayson asegurando que su matrimonio seguía legalmente vigente.
No quería verla. Pero se aseguraba de que no le faltara nada.
Sin embargo, el dinero no abriga y las paredes frías no hablan.
En cuanto a su padres… la culparon de todo.
Dijeron que por su culpa Grayson no los ayudaba, que era una desagradecida, una inútil, que había desperdiciado la oportunidad de salvarlos. La empujaron, la humillaron, la aplastaron.
Como siempre.
Por eso se alejó. No volvió a llamarlos. Y Katerina… ella nunca regresó desde su fuga.
Y así, la vida de Kate se volvió rutina: trabajo, silencio, insomnio. Sin cenas, sin familia, sin amor. Solo su carrera. Solo los tribunales, los juicios, las leyes.
Y fue buena. La mejor.
La mejor abogada de Londres.
Pero en lo más profundo, seguía siendo la misma chica que había firmado un contrato con un demonio… y que todavía no sabía si lo odiaba, o si lo esperaba.
—Kate… —la voz de su secretaria la sacó de sus pensamientos.
Parpadeó, desenredándose del nudo en el que se había enredado su mente, volvió al presente y sonrió.
—¿Sí?
—Tienes la reunión con la firma Bellingham a las siete. Dijiste que era importante…
—¿A las siete? —Kate miró su reloj—. Cancélala. Tengo otra cita.
—¿Qué? Pero Kate… esperaste semanas. Y ellos...
—Cancélala, Eva. —La interrumpió con una sonrisa suave, pero firme—. Esto es más importante.
La secretaria abrió la boca para protestar… pero luego suspiró y asintió con resignación.
—Como digas.
Kate le guiñó un ojo y caminó directo al estacionamiento y su andar cambió, se volvió más rápido. Sentía el corazón bombeando con fuerza… pero de alegría. La sonrisa se le escapaba sola.
Y entonces sonó el teléfono.
Lo sacó del bolso sin dejar de caminar y al ver el nombre en pantalla, sus labios se curvaron aún más.
—Hola, mi amor.
Del otro lado, la voz de un niño de siete años, dulce y llena de vida estalló con entusiasmo.
—¡Mami! ¡Date prisa! ¡No vas a llegar a tiempo para la película!
Kate soltó una risa suave mientras abría la puerta del auto.
—¿Y si me pierdo los primeros minutos?
—¡Nooo! ¡No puedes perderte el inicio! Es la parte más cool, donde el dragón despierta y escupe fuego por todos lados.
—Entonces acelero, señor dragón. Compraremos palomitas.
—¡Sí, mami! ¡Te amo!
—Y yo a ti, mi cielo.
Colgó y se apoyó un segundo contra el asiento del auto. Respiró hondo.
En realidad, si tenía un gran motivo para sonreír: su hijo.
Él era su mayor victoria, su mayor secreto y lo único verdaderamente suyo.