Lorenzo se estaba poniendo cada vez más agitado, caminando de un lado a otro como un animal enjaulado. Cada pocos minutos, se dirigía a la ventana pequeña y sucia del galpón, espiando nerviosamente por la cortina improvisada que había colgado para esconder nuestro escondite. Sus movimientos eran tensos, ansiosos, como si esperara que Christian fuera a aparecer en cualquier momento —pero no solo.
Y yo sabía que era exactamente eso lo que haría.
Conocía a mi marido lo suficientemente bien para saber que Christian jamás vendría desprevenido a una situación como esta. Era brillante, estratégico, siempre tres pasos adelante de cualquier adversario en negociaciones. Por supuesto que idearía algún plan elaborado para sacarnos de ese peligro sin poner nuestras vidas en riesgo. Probablemente ya había alertado a la policía, probablemente estaba coordinando alg&ua