—¿Ah, sí? —Alejandro arqueó una ceja, intrigado—. ¿Ya te arrepentiste?
Luciana masculló con incomodidad:
—Huele mal.
Alejandro comprendió y se rio suavemente:
—¿Celosa?
Luciana desvió la mirada molesta. ¿Celosa ella? Solo le incomodaba el olor.
—Está bien, como tú quieras —Alejandro lanzó su saco a un lado—. Si no lo quieres, no lo uses.
Extendió su brazo y la rodeó con firmeza.
—Entonces te abrazo. Afuera está fresco y así estarás abrigada.
¿Tan frío estaba? Luciana frunció ligeramente el ceño y trató de resistirse.
—No te muevas —le ordenó Alejandro con leve irritación—. ¿No vas a dejar ni siquiera que te abrace? No me digas que aún no salimos de la comisaría y ya te arrepentiste.
—No es eso —respondió Luciana apresuradamente, algo intimidada por su impredecible humor.
Ya sin resistirse, Alejandro la sujetó más satisfecho.
—Así está mejor.
Con ella en sus brazos, salió de la comisaría.
De pronto, un fuerte flash cegó momentáneamente a Luciana, quien rápidamente giró el rostro.
—¿Qué