Al salir de la casa de los Morán, Salvador condujo directo al hospital.
Durante ese último año, cada fin de semana había ido a verla, salvo cuando estaba fuera de Ciudad Muonio o tenía compromisos que no podía rechazar.
Martina se encontraba en la suite del fondo, en el piso VIP. En esa ala reinaba la calma y el aire no despedía un olor fuerte a desinfectante.
Al pasar por la estación de enfermería, las chicas le sonrieron.
—Buenas noches, señor Morán.
—Buenas noches.
Salvador asintió con una leve sonrisa y dejó en el mostrador la bolsa que traía.
—Les traje algo.
—Gracias, señor Morán.
Las enfermeras se arremolinaron, contentas.
—¿Qué nos trajo hoy?
—Postres del Restaurante Caracola.
—Y fruta… ¡hay mango, mi favorito!
Mientras ellas parloteaban, Salvador ya había seguido su camino, aún sonriente.
Durante el año, no había dejado de llevar detalles a la estación. Al principio, ante un hombre tan generoso, joven y guapo como el señor Morán, a más de una le costó mantenerse impasible. Su