El único sobrio ahí era Alejandro. Con el cigarro entre los dedos, sacudió la ceniza.
—¿Qué pasó? ¿Quieres contarlo?
—Es que… —Salvador le resumió lo ocurrido. Alejandro había estado casado; tenía cancha.
—Ah —Jael entendió y se rió—. Entonces fueron celos. Y sí… los amores de toda la vida pegan distinto.
Jacobo Ponce negó con la cabeza.
—Casarse es un lío…
Miró a Alejandro y luego a Salvador.
—Mírenlos a ustedes. Yo, por si acaso, sigo soltero.
Salvador los ignoró. Tenía los ojos puestos en Alejandro.
—¿Quieres que te diga algo? —Alejandro dio una calada—. No importa el motivo, si la forzaste a tener un hijo, estuviste mal. En lo psicológico y en lo físico, quien paga es la mujer. Hay que respetarla.
Salvador se quedó mudo. Lo sabía. Se le había nublado la cabeza.
—Y otra cosa… —Alejandro soltó un aro de humo—. Si quieres que algo dure para siempre, ¿de verdad crees que se sostiene con un hijo?
Una broma. Si los hijos ataran para siempre, ¿cuántas parejas infelices no habría?
Salvador