Luciana frunció el ceño y agitó la mano: quería decir algo, pero el ardor era real; se había quemado.
Alejandro, frente a ella, lo vio clarísimo. Apoyó las manos en la mesa, a punto de incorporarse.
—¿Alejandro? —Juana lo notó al vuelo.
Él volvió en sí. Ahora no le correspondía preocuparse por Luciana.
***
Alejandro y Juana se fueron primero. Luciana se quedó un rato con Martina, esperando a que Salvador viniera por ella.
Él llegó cinco minutos más tarde de lo acordado. Al entrar, no dejó de disculparse:
—Perdón, el tráfico estaba pesado.
—Ajá —Martina, con sorna—. Claro, ahora el tráfico es culpa mía.
—No… —Salvador parpadeó y soltó una risa breve—. Fue mi error. Debí preverlo y salir antes.
Dicho eso, miró a Luciana.
—Martina es un amor, ¿verdad?
Luciana se quedó en blanco. “Ese tipo de preguntas mejor no me las hagan a mí…”
—No te enojes, ¿sí?
Salvador apartó un mechón del pelo de Martina y, sin importarle que Luciana estuviera allí, rozó la comisura de sus labios con un beso.
—¡Sal