No terminó la frase; Alejandro se quedó rígido. Entendió perfectamente lo que faltaba.
Lo inevitable, al fin, llamaba a la puerta.
Soltó una risa áspera:
—“Mucho mejor”, ¿qué significa? ¿Ya despertó?
Imposible; si hubiese abierto los ojos, él lo sabría.
—Todavía no —negó Luciana—, pero es muy probable que lo haga…
—Tch.
Apenas quiso seguir, Alejandro soltó una risita cortante:
—Vaya, el hombre ni siquiera ha despertado y tú ya te mueres de ganas de volver con tu “amor verdadero” y sacudirme de encima, ¿no?
—Alejandro…
—¿No crees que te adelantas? —la cortó, irritable—. Y no es por desearle mal, pero nadie garantiza que despierte.
Tenía razón; Luciana lo sabía.
—Por eso te lo cuento con tiempo, para que—
—Je.
Él soltó una carcajada helada:
—¿Para que me vaya haciendo a la idea? Muy considerada; gracias.
El sarcasmo le brillaba en la frente: “Estoy harto”.
Luciana sintió un peso en el pecho y guardó silencio.
Su mutismo irritó aún más a Alejandro.
—¿Se te acabaron las palabras?
Ella lo m