Por alguna razón, había puesto sus ojos en Mateo.
Adriana salió corriendo con el codo raspado y lágrimas en los ojos, temiendo convertirse en el hazmerreír de Lucía.
Lucía observó su silueta alejarse y frunció el ceño. Luego volvió la mirada hacia Mateo.
La expresión de Mateo no había mejorado: —Tu hermana estaba intentando seducirme, ¿no lo viste?
—Sí, lo vi —respondió Lucía con calma.
Su respuesta hizo que el rostro de Mateo se amargara aún más: —¿Y no dices anda?
Lucía no entendía: —¿Qué debía decir?
El semblante de Mateo se volvió aún más frío. Ella no mostraba ninguna reacción cuando cualquier mujer intentaba seducirlo, no se enfadaba, ni se entristecía, ni derramaba una sola lágrima.
Y eso le molestaba enormemente.
Ella no sentía ni una pizca de celos.
Lucía reflexionó un momento y añadió: —Ver a Adriana comportarse así fue bastante sorprendente, pero ahora entiendo que nunca me ha querido y busca vengarse de mí. Lamento que te haya causado problemas.
—¿Eso es todo? —Mateo la mir