Lucía recibió el vaso de agua con un suave asentimiento.
— ¡Qué atento es nuestro yerno, siempre pendiente de su esposa!
Sus pequeños gestos no pasaban desapercibidos para los demás.
Las risas, bromas y comentarios hicieron que Lucía se sintiera algo nerviosa.
Mateo, sosteniendo su copa, dijo sonriendo:
— Es mi esposa, por supuesto que debo cuidarla.
— ¡Ay, qué buen yerno! Si mi viejo tuviera la mitad de tu consideración, ¡no pelearíamos todos los días!
— ¡Jajaja!
Todos reían con gusto.
Lucía apenas había hablado, pero Mateo ya le había dado suficiente prestigio.
A ojos de los demás, se había casado con alguien de la alta sociedad y tenía un marido atento, algo que muchos envidiaban.
Con cierta confusión, Lucía preguntó:
— Hace un momento estos parientes se comportaban super distantes conmigo y ahora como por arte de magia son tan amables. ¿Les dijiste algo a escondidas de lo que yo me deba que enterar?
Mateo parecía desenvolverse con soltura entre los parientes, probablemente no era l