Lucía esperaba afuera del quirófano. La maldita puntilla estaba bien enterrada y necesitaban una cirugía urgente para lograr extraerlo.
Solo podía preocuparse por si había dañado algún órgano vital.
—¿Cómo está Mateo? —preguntó Ana con mucha preocupación al llegar.
—Aún no sale —respondió Lucía.
—¡Cómo pudo pasar esto! ¡Esa Lily solo causa problemas, hirió a mi yerno! —se lamentó una y otra vez Ana.
Tomás permaneció en silencio, esperando sin mucha preocupación.
Unos minutos más tarde, el médico salió del quirófano.
—Doctor, ¿cómo está? —preguntó Ana.
—Ya extrajimos el clavo. No se preocupen, no dañó ningún órgano vital. Con unos días de reposo podrá ser dado de alta —informó el médico.
Todos suspiraron aliviados.
Lucía también se tranquilizó, aunque se sentía culpable ya que Mateo había resultado herido por protegerla.
Trasladaron a Mateo, aún inconsciente, a una habitación normal.
Ella se sentó afuera, en silencio, pensando en cómo Mateo la había protegido sin importarle el peligro.