Le limpió la herida con Isodine antes de vendarla. Poco después, Javier acercó el auto a la acera.
Mientras Lucía ayudaba a Mateo a subir al auto, miró a Nicolás. Una mirada que no pasó desapercibida para Mateo, quien notó cuánto parecía importarle.
—Veté con él —dijo Nicolás con suavidad—. El señor Rodríguez está lastimado y necesita de alguien que lo cuide.
Entendía perfectamente la situación y le facilitaba a Lucía la decisión, consciente de que Mateo era su jefe y había que mantener las apariencias.
—Me voy entonces —dijo Lucía despidiéndose con la mano—. Gracias por el día de hoy.
—No hay de qué —respondió Nicolás.
Cuando cerraron la puerta del auto, Javier, que estaba por subir, recordó algo y se acercó sonriendo a Nicolás: —Señor Gómez, si me permite... —tomó cortésmente el oso de peluche.
Después de todo, era un premio que el señor Rodríguez había ganado para Lucía, no quedaba bien que otro lo tuviera. Era la primera vez que veía a su jefe esforzarse tanto por algo así.
Mientra