Era Victoria. Luciana había marcado el número fijo de la familia Domínguez. Con voz nerviosa, preguntó:—Señora Domínguez, ¿Fernando está en la casa o vive por su cuenta?—¿Luciana? —La voz de Victoria, al otro lado, sonó entre sorprendida y emocionada—. Está aquí en casa. ¿Quieres venir a verlo?—Claro…Luciana colgó con el corazón oprimido. De regreso al auto, le dio una nueva dirección a Simón:—No volvamos todavía a mi departamento, llévame aquí.—Como ordene, cuñada.Simón la condujo hasta el lugar indicado.—Espérame en la entrada —le pidió Luciana antes de bajar.Tocó el timbre, y fue Victoria quien le abrió. Al reconocerla, le tomó la mano con expresión conmovida.—Luciana, gracias por venir. Pasa, por favor.—Señora Domínguez… —Luciana sentía un nudo en la garganta—. ¿Dónde está Fernando?—Acompáñame.Con pasos silenciosos, Victoria la guio hasta una salita anexa y señaló un espacio junto a la ventana.—Mira, ahí está él.Fernando descansaba en un sillón reclinable, los ojos c
Durante un rato, Luciana conversó con él, y Fernando se mostró extrañamente tranquilo, casi como si no tuviera nada. Parecía una reunión cotidiana de dos amigos que se reencuentran. Sin embargo, cuanto más normal lo veía, más le dolía a Luciana el pecho.Tras revisar la hora, Luciana se levantó.—Fernando, debo irme.Él vaciló un instante y luego asintió con una sonrisa tenue.—Está bien. ¿Te acompaño?—No hace falta —respondió, intentando sonar animada—. Simón me espera en la entrada. Tú descansa, ¿sí?—De acuerdo, entonces no te acompaño.—Cuídate mucho.Saliendo de la casa de la familia Domínguez, Luciana sintió un peso tremendo en el corazón. Apenas avanzó unos pasos cuando Victoria la alcanzó, respirando entrecortada:—¡Luciana, por favor, espera!Ella se detuvo y se volvió a mirarla.—Señora Domínguez.Con los ojos enrojecidos, Victoria le tomó la mano en un gesto humilde.—Sé que mi petición es muy atrevida… pero, como madre, te lo suplico: ¿podrías venir de vez en cuando a ver
Pasaron uno, dos segundos.—¡Ah…! —soltó Mónica un grito sofocado, y empezó a llorar con desconsuelo.Durante días había temido ese diagnóstico, pero ahora que lo confirmaban, su mundo se derrumbaba.—¡Estoy acabada! ¡Mi vida se arruinó!—Mónica —Alejandro colocó una mano sobre su hombro—. Cálmate, por favor. Lo más importante es que te recuperes, que tu salud sea estable…—¿Salud? —repitió ella con amargura—. ¿Te olvidas de que estoy desfigurada? Seré un monstruo toda mi vida. ¿Para qué me sirve estar “sana”?—No digas eso. Los doctores comentaron que hay posibilidades de mejorar…Aunque el porcentaje era bajo, no era un caso perdido.—Je… —Ella soltó una risa entrecortada—. Sé muy bien que no hay esperanzas.Había investigado mucho sobre lesiones como la suya y sabía que era muy difícil recobrar su antigua apariencia. Pensar que, para ganar a Alejandro, una noche de terror había pagado un precio tan alto…De pronto, Mónica aferró con fuerza la mano de Alejandro y lo miró con ansiedad
Cuando quiso pensar más al respecto, oyó ruidos en la sala. “¿Será Alejandro?”. Desde que aceptó que se quedara a dormir allí, le había dado una copia de la llave.Salió a ver y, en efecto, era él, quien acababa de dejar el desayuno en la mesa y venía a abrazarla.Sin decir nada, le sujetó el rostro con ambas manos y la besó. Todavía olía a menta, recién enjuagado con enjuague bucal.—Mmm… —Luciana intentó apartarlo—. Ni siquiera me he cepillado los dientes.—No importa —respondió Alejandro, con una voz ronca y baja—. Me encanta tu sabor sin importar qué… Anoche me moría de ganas de tenerte abrazada.Le explicó que había llegado demasiado tarde y temió interrumpir el sueño de Luciana, así que prefirió no entrar a su habitación. Sobre su seguridad, no había problema: durante el cambio de cama, él instaló cámaras con monitoreo en tiempo real desde su celular. Si Luciana se sentía mal por la noche, él podía acudir de inmediato.Mientras desayunaban, ella miraba de reojo a Alejandro, como
—Hermana, ¿dónde está mi cuñado? —preguntó Pedro, inquieto, mirando el reloj y luego a Luciana con ojos ansiosos.—Tranquilo, Pedro. Voy a llamarlo para ver qué pasa —respondió ella, poniéndose de pie para marcar el número de Alejandro.El tono de llamada sonó un buen rato antes de que él contestara.—¿Luciana?—¿Dónde estás? —indagó Luciana, sin rodeos—. Ya es hora de ir al aeropuerto. Pedro me está preguntando por ti.—¿Tan tarde es? —murmuró Alejandro, presionándose el entrecejo mientras miraba la hora en su reloj—. Lo siento, Luciana. Todavía me tomará un rato más. ¿Podrías irte al aeropuerto con Pedro y yo llegaré directo allá? ¿Te parece bien?Luciana sintió un nudo en el estómago.—¿Estás en el hospital? —soltó con un deje de frustración.Después de unos segundos de silencio, Alejandro confesó:—Sí…En realidad, había intentado terminar temprano para pasar a la Estancia Bosque del Verano, pero en el camino le llamaron del hospital y tuvo que ir de inmediato.—Tú… —empezó ella, c
—¿En serio?—Sí, de verdad. Estoy a punto de llegar. No te angusties.—Bien, manejen con cuidado.Al colgar, Luciana no pudo reprimir una sonrisa, lo que no pasó desapercibido para Martina, quien la miró con picardía:—Vaya, el señor Guzmán te tiene como un barómetro de emociones. Por esa cara veo que… ¿sí? ¿Ya viene?—Sí, está en camino. Dice que llega pronto.—Menos mal. Pedro se iría más tranquilo si ve a su cuñado.***Mientras tanto, en la carretera que conducía al aeropuerto, Alejandro colgó y se dirigió a su chofer:—¡Acelera todo lo que puedas!—Sí, señor Guzmán.Pero el destino tenía otros planes. De pronto, el chofer tuvo que frenar de golpe, lanzando a Alejandro contra el respaldo del asiento.—¿Qué sucede? —gruñó él, sin ocultar su irritación.—Disculpe, señor Guzmán… —el hombre transpiraba de los nervios—. Creo que hubo un choque. Al parecer, un tráiler se estrelló contra un autobús.De hecho, se veía la zona del accidente delante de ellos. El camión y el autobús estaban a
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese