Una sensación de vértigo y dicha lo envolvió de pies a cabeza. Era la primera vez que Luciana tomaba la iniciativa de esa manera. ¿Cómo iba él a defraudarla? Se dejó llevar, correspondió y profundizó el beso.Cuando por fin Luciana sintió un leve dolor en sus labios, lo empujó con una queja:—¡Oye, con cuidado! ¿Eres un perrito o qué?—¿No fuiste tú la que empezó? —replicó él, apoyando su frente contra la de ella, mientras la conducía unos pasos hacia adentro—. Mira que atrevida: ¿quién te dio permiso de besarme? Esas cosas me tocan a mí, ¿entendiste?Luciana lo miró con fastidio fingido. Sí, había sido ella la primera en besarlo, pero él se había adueñado de todo en segundos.—Bueno, ya lo hice. ¿Qué piensas hacer al respecto?Los labios de Luciana, aún sonrosados e hinchados por el beso, se curvaron en un mohín juguetón. Esa expresión era un flechazo directo al corazón de Alejandro, que la adoraba más con cada segundo. Sin embargo, él se plantó con aire solemne.—A ver, lo pensaré… —
Allá tenían espacio de sobra, pues su dormitorio era más grande que todo ese apartamento. Pero Luciana dudó; no quería mudarse. Estaba en “periodo de prueba” con Alejandro y no deseaba dar un paso tan grande, solo para después arrepentirse y tener que trasladarse de nuevo.Alejandro lo comprendió y le dio un beso en la frente.—Tal vez me estoy apresurando. De acuerdo, cambiaré la cama y listo. ¿Sí?—Bueno… —musitó ella, algo insegura.—Muy bien, a descansar. —La atrajo hacia sí, satisfecho—. Ya estás en mis brazos, así que es cuestión de tiempo para que te lleve a casa.Iba a apagar la televisión cuando vio la imagen congelada en la pantalla: el rostro del protagonista de esa telenovela que Luciana estaba mirando. Se puso serio y la llamó:—Luciana…—¿Qué pasa? —Ella lo miró sin entender.—Vaya… —resopló—. Con razón estabas tan apurada por colgarme el teléfono. ¡Estabas viendo a un “buen mozo” en la tele!—Ah… —Luciana recordó que había pausado justo en un primer plano del guapísimo a
—¡Ricardo, tienes que explicarme qué significa esto!Clara parecía una leona enfurecida, con cada célula de su cuerpo ardiendo en rabia.—¿Explicarte qué? —Ricardo la miró con frialdad y no tuvo la menor cortesía al hablarle—. Más bien explícame tú, ¿cómo te atreves a reunirte con mi abogado a mis espaldas? ¡Vaya valor el tuyo, Clara!—¿Que cómo me atrevo? —Clara temblaba de indignación—. ¡Aún soy tu esposa! ¡Y si no voy, ni me entero de que cambiaste tu testamento!Acto seguido, se desató su llanto y sus reclamos:—¿Cómo pudiste cederles tanto a esos dos hermanos? ¿En qué cabeza cabe, Ricardo? ¿Tienes la conciencia en los talones? ¡He estado contigo tantos años! ¿Y Mónica qué? ¡Claro, a ellos les das todo, y a nosotras nos dejas a la deriva!Con un ademán, exigió:—¡No acepto esa cláusula! ¡Cámbiala de vuelta!Ricardo dejó escapar un bufido de burla.—¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Cuando te casaste conmigo, no aportaste ni un centavo. El dinero de esta familia no te pertenece en
—Esa… —soltó Clara con desprecio—. ¿No decían que no había vendido su órgano? ¡Por favor! Ella tenía planeado adueñarse del dinero de la familia desde el principio.Mónica sintió cómo su mundo se tambaleaba. No podía asimilarlo. ¿No era ella la hija consentida de su padre? Con cada nueva revelación, su corazón se encogía. ¿Cómo podía ser que se hubiera enterado de todo esto al final?—¿Por qué…? ¿Por qué tenía que pasar algo así?En ese momento, la enfermera se asomó.—El paciente despertó. Pueden pasar a verlo.—Tu padre recuperó la conciencia. Vamos —dijo Clara, acercándose a la silla de ruedas de Mónica—. Hazme caso: habla con él y ponlo de tu lado. ¡Siempre te ha querido más que a nadie!Entraron a la habitación. Ricardo, aunque con el rostro algo pálido, parecía estable. Las miró de reojo.—Ya llegaron.—Papá… —Mónica se aproximó a la cama y tomó su mano—. Mamá se puso un poco intensa, lo siento mucho. Fue su culpa, y ya le llamé la atención.Ricardo observó a su hija, con la deci
—¿Pero qué?Clara mostraba un conflicto interno, como si ocultara algo. Al final, se armó de valor:—Mónica, ¿tienes algo de dinero? Sé que debes tener ahorros… ¿podrías darme un poco?—¿Eh? —Mónica la miró con extrañeza—. ¿Por qué pides dinero otra vez? ¿Tanta necesidad tienes últimamente?Algo no cuadraba. Aunque su padre no le daba a Clara el control total de las finanzas, nunca le había faltado para sus gastos.—Es que… todavía debo parte de lo que perdí en el juego la última vez.—¿Cómo? —Mónica se llevó una mano a la frente—. ¿Cuánto perdiste exactamente?—No es mucho. Con unos doscientos mil pesos más me alcanza.Mónica sintió un dolor de cabeza agudo.—Mamá, tú…—Ya, ya… —rezongó Clara—. ¡No volveré a hacerlo! Es que con tantos problemas últimamente —tu papá, tú en el hospital— terminé muy estresada.Siempre tenía una excusa para justificarse. Mónica apretó la mandíbula.—Está bien. Te daré el dinero.—Sabía que podía contar contigo, hija —dijo Clara, con un suspiro de alivio—.
Era Victoria. Luciana había marcado el número fijo de la familia Domínguez. Con voz nerviosa, preguntó:—Señora Domínguez, ¿Fernando está en la casa o vive por su cuenta?—¿Luciana? —La voz de Victoria, al otro lado, sonó entre sorprendida y emocionada—. Está aquí en casa. ¿Quieres venir a verlo?—Claro…Luciana colgó con el corazón oprimido. De regreso al auto, le dio una nueva dirección a Simón:—No volvamos todavía a mi departamento, llévame aquí.—Como ordene, cuñada.Simón la condujo hasta el lugar indicado.—Espérame en la entrada —le pidió Luciana antes de bajar.Tocó el timbre, y fue Victoria quien le abrió. Al reconocerla, le tomó la mano con expresión conmovida.—Luciana, gracias por venir. Pasa, por favor.—Señora Domínguez… —Luciana sentía un nudo en la garganta—. ¿Dónde está Fernando?—Acompáñame.Con pasos silenciosos, Victoria la guio hasta una salita anexa y señaló un espacio junto a la ventana.—Mira, ahí está él.Fernando descansaba en un sillón reclinable, los ojos c
Durante un rato, Luciana conversó con él, y Fernando se mostró extrañamente tranquilo, casi como si no tuviera nada. Parecía una reunión cotidiana de dos amigos que se reencuentran. Sin embargo, cuanto más normal lo veía, más le dolía a Luciana el pecho.Tras revisar la hora, Luciana se levantó.—Fernando, debo irme.Él vaciló un instante y luego asintió con una sonrisa tenue.—Está bien. ¿Te acompaño?—No hace falta —respondió, intentando sonar animada—. Simón me espera en la entrada. Tú descansa, ¿sí?—De acuerdo, entonces no te acompaño.—Cuídate mucho.Saliendo de la casa de la familia Domínguez, Luciana sintió un peso tremendo en el corazón. Apenas avanzó unos pasos cuando Victoria la alcanzó, respirando entrecortada:—¡Luciana, por favor, espera!Ella se detuvo y se volvió a mirarla.—Señora Domínguez.Con los ojos enrojecidos, Victoria le tomó la mano en un gesto humilde.—Sé que mi petición es muy atrevida… pero, como madre, te lo suplico: ¿podrías venir de vez en cuando a ver
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra