En el humo, Alejandro se perdía en sus pensamientos. Rememoraba el rostro dormido de Mónica en la cama del hospital, sintiéndose culpable. No era ningún tonto: sabía que en su momento compartieron algo fuerte. Ella tenía sus propias expectativas, y él lo veía con claridad.Hasta hacía poco, según los planes de su abuelo, habría podido abandonar a Luciana y volver con Mónica. Pero no lo hizo.Él y Mónica… había un pasado. Un hijo que no logró nacer. Una joven a quien había amado años atrás, a quien llamó “Mariposita.”Y aun así… la dejó atrás.Para él, Mónica quedaba en el pasado, y quizás, para ella, él también. Al fin y al cabo, era él quien le falló.Justo entonces, Luciana se acercó con paso cauteloso y notó que la terraza estaba repleta de flores de mariposa, igual que en Casa Guzmán. Se le oprimió el pecho.El hombre que se hallaba ahí, fumando con aire melancólico, la hacía pensar que estaba conmemorando algo que los unía a él y a Mónica.Luciana sintió deseos de retroceder, de d
y Alejandro lo desautorizó de inmediato, argumentando que “no lo merecía”. ¿Y ahora era el mismo Alejandro quien insistía?Al comprenderlo, la comisura de sus labios se curvó. Era más valiosa esa palabra que cualquier “señora Guzmán”.Simón, sentado ya en el asiento del conductor, miró por el retrovisor y vio cómo Luciana sonreía. Al parecer, apreciaba ese apodo de “cuñada”.Simón la llevó a su clase de yoga y, después de la sesión, la dejó de nuevo en su apartamento. Al salir del ascensor, Luciana notó mucho movimiento en el pasillo:—¿Qué sucede? —pensó, viendo a los vecinos de al lado entrar y salir cargando cajas.—Oh, señora Guzmán —la saludó la señora Brown, dueña de la casa contigua—. Sí, nos mudamos.—¿En serio? ¿Tan de repente? —preguntó Luciana, sorprendida. Hacía apenas unos meses que eran vecinos.—Nos ofrecieron un buen precio por la vivienda. Era una oportunidad que no podía rechazar, ¿no cree? —explicó la mujer con una sonrisa—. Bueno, disculpe, debo seguir empacando.—C
Esa noche, como de costumbre, Alejandro no consiguió el permiso para quedarse.—Luciana, Luciana… —repetía con un deje de súplica.—Por más veces que me llames, no conseguirás nada —bromeó ella con suavidad, empujándolo con una sonrisa—. Es tarde, vete a descansar. Buenas noches.Cerró la puerta, y él, tras soltar un leve “tacaña”, se marchó… pero no se fue muy lejos. Se dirigió con paso firme a la puerta del apartamento contiguo.***A la mañana siguiente, alrededor de las siete, Luciana escuchó el timbre. Acababa de levantarse para ir al baño y fue a abrir, aún adormilada.—Vamos, date prisa —soltó Alejandro, entrando sin pedir permiso, con una olla en las manos—. ¿Dónde está el salvamanteles?—¿Eh? ¡Ah, sí! —Luciana reaccionó, buscándolo con torpeza. Por un instante no se percató de nada extraño, hasta que notó su atuendo—. ¿Alejandro… esa pijama no es la de…?Era la que solía usar en Casa Guzmán, cuando dormían juntos.¿Se habría venido directo en pijama?Él depositó la olla en la
Él sintió que los ojos le brillaban como fuegos artificiales.—Fuiste tú quien me provocó.Sin perder tiempo, la llevó hasta la cama y la recostó con cuidado, inclinándose para besarla con más intensidad. Pero Luciana se puso nerviosa, lo empujó con la mirada humedecida:—No, por favor…—Tranquila —murmuró él, con la voz ronca pero dominando sus impulsos—. Sólo te besaré y te abrazaré… nada más.Ella, sin embargo, lo miró con los ojos bañados en un llanto que no llegaba a soltar y sacudió la cabeza con determinación:—No… no quiero. Me siento fea.Durante el embarazo su cuerpo había cambiado, y Luciana no se hallaba precisamente atractiva. Alejandro comprendió de inmediato y casi se rió con ternura.—¿Fea? Claro que no. Para mí, siempre estás hermosa.—Mmm… —ella no pudo contestar mucho más.Esa mañana, Alejandro llegó tarde a la oficina. Postergó la reunión una hora y, aun así, apareció luciendo una actitud de euforia que no se molestó en ocultar. Nadie podía pasar por alto el sonrojo
—¿Hmm? —Luciana se sorprendió un instante. Luego recordó el encuentro entre Enzo y Alejandro, y esbozó una suave sonrisa—. Es mi esposo.—¿Tu esposo? Ya lo sospechaba.Por un segundo, el gesto de Enzo pareció tensarse, pero pronto continuó:—Entonces… ¿te trata bien?Luciana bebió un sorbo de su jugo con leche. Al oír la pregunta, se acordó de la ocasión en que Enzo y Alejandro se vieron, que no fue muy agradable. Tal vez Enzo había sacado conclusiones equivocadas.—Lo del otro día… él se dejó llevar. Te ofrezco una disculpa en su nombre.—No te preocupes —respondió Enzo, restándole importancia—. Pero aún no me has dicho: ¿te trata bien?Esa vez, Alejandro casi pierde la cabeza y se lanza contra Enzo, así que cualquiera habría pensado que no era alguien fácil de tratar. Aun así, a Luciana le resultaba extraño: apenas había ayudado a Enzo un par de veces, y de manera casual, pero él parecía preocuparse demasiado por ella. ¿Era su forma natural de ser, o había algún motivo más profundo?
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p