—Podría ser gente de Canadá… o tal vez no. Todo es muy confuso, y esa clase de criminales no es fácil de rastrear —Intentó zanjar el tema con un gesto—. Mejor no le des más vueltas. Ocúpate de tu embarazo, nada más.Luciana apreció su buena intención y asintió:—Confío en que, tarde o temprano, se hará justicia. Alguien que actúa con tanta crueldad no va a escapar así como así.Aunque detestara a Mónica, no era de las que deseaban que la gente sufriera por el simple hecho de ser su rival.—En cuanto a ella… —murmuró—. Haz lo que tengas que hacer. No soy quién para decirte que la dejes de lado, es tu responsabilidad.“Tal como lo dijo alguna vez”, pensó Luciana. “Si Alejandro de verdad fuera de los que abandonan a la gente en un momento de necesidad, ¿qué clase de hombre sería?”—Luciana… —susurró él, mirándola con emoción y rodeándola con los brazos.Tenía tantas palabras atascadas en la garganta, pero solo logró pronunciar:—Gracias… de veras, gracias.Ella respondió a su abrazo, cerr
—¿Señor Guzmán? —contestó la voz por el altavoz.—Por favor, que entre alguien a limpiar. Y avisen a las enfermeras, ya pueden ingresar para continuar el tratamiento.—De acuerdo, señor Guzmán.Mónica alzó la vista, mirándolo con un deje de ansiedad:—Alex… ¿has estado muy ocupado últimamente? Casi no vienes… ya no es como antes, que venías todos los días. A veces pasan dos o tres días sin verte…Alejandro guardó silencio unos segundos, recordando a Luciana que lo esperaba afuera.—He tenido varios asuntos que atender. Pero no pienses mal, no voy a dejarte tirada. Colabora con los doctores y sanarás más rápido.Cualquier otra conversación sería demasiado complicada en ese momento. Mónica tenía el ánimo frágil, y si se alteraba, su condición podía empeorar.Recibió la dosis de medicamento, que incluía un sedante leve. En cuestión de minutos, Mónica quedó medio adormilada.Alejandro se levantó con cuidado, dándole instrucciones a la enfermera:—Por favor, vigílenla bien.—No se preocupe,
En el humo, Alejandro se perdía en sus pensamientos. Rememoraba el rostro dormido de Mónica en la cama del hospital, sintiéndose culpable. No era ningún tonto: sabía que en su momento compartieron algo fuerte. Ella tenía sus propias expectativas, y él lo veía con claridad.Hasta hacía poco, según los planes de su abuelo, habría podido abandonar a Luciana y volver con Mónica. Pero no lo hizo.Él y Mónica… había un pasado. Un hijo que no logró nacer. Una joven a quien había amado años atrás, a quien llamó “Mariposita.”Y aun así… la dejó atrás.Para él, Mónica quedaba en el pasado, y quizás, para ella, él también. Al fin y al cabo, era él quien le falló.Justo entonces, Luciana se acercó con paso cauteloso y notó que la terraza estaba repleta de flores de mariposa, igual que en Casa Guzmán. Se le oprimió el pecho.El hombre que se hallaba ahí, fumando con aire melancólico, la hacía pensar que estaba conmemorando algo que los unía a él y a Mónica.Luciana sintió deseos de retroceder, de d
y Alejandro lo desautorizó de inmediato, argumentando que “no lo merecía”. ¿Y ahora era el mismo Alejandro quien insistía?Al comprenderlo, la comisura de sus labios se curvó. Era más valiosa esa palabra que cualquier “señora Guzmán”.Simón, sentado ya en el asiento del conductor, miró por el retrovisor y vio cómo Luciana sonreía. Al parecer, apreciaba ese apodo de “cuñada”.Simón la llevó a su clase de yoga y, después de la sesión, la dejó de nuevo en su apartamento. Al salir del ascensor, Luciana notó mucho movimiento en el pasillo:—¿Qué sucede? —pensó, viendo a los vecinos de al lado entrar y salir cargando cajas.—Oh, señora Guzmán —la saludó la señora Brown, dueña de la casa contigua—. Sí, nos mudamos.—¿En serio? ¿Tan de repente? —preguntó Luciana, sorprendida. Hacía apenas unos meses que eran vecinos.—Nos ofrecieron un buen precio por la vivienda. Era una oportunidad que no podía rechazar, ¿no cree? —explicó la mujer con una sonrisa—. Bueno, disculpe, debo seguir empacando.—C
Esa noche, como de costumbre, Alejandro no consiguió el permiso para quedarse.—Luciana, Luciana… —repetía con un deje de súplica.—Por más veces que me llames, no conseguirás nada —bromeó ella con suavidad, empujándolo con una sonrisa—. Es tarde, vete a descansar. Buenas noches.Cerró la puerta, y él, tras soltar un leve “tacaña”, se marchó… pero no se fue muy lejos. Se dirigió con paso firme a la puerta del apartamento contiguo.***A la mañana siguiente, alrededor de las siete, Luciana escuchó el timbre. Acababa de levantarse para ir al baño y fue a abrir, aún adormilada.—Vamos, date prisa —soltó Alejandro, entrando sin pedir permiso, con una olla en las manos—. ¿Dónde está el salvamanteles?—¿Eh? ¡Ah, sí! —Luciana reaccionó, buscándolo con torpeza. Por un instante no se percató de nada extraño, hasta que notó su atuendo—. ¿Alejandro… esa pijama no es la de…?Era la que solía usar en Casa Guzmán, cuando dormían juntos.¿Se habría venido directo en pijama?Él depositó la olla en la
Él sintió que los ojos le brillaban como fuegos artificiales.—Fuiste tú quien me provocó.Sin perder tiempo, la llevó hasta la cama y la recostó con cuidado, inclinándose para besarla con más intensidad. Pero Luciana se puso nerviosa, lo empujó con la mirada humedecida:—No, por favor…—Tranquila —murmuró él, con la voz ronca pero dominando sus impulsos—. Sólo te besaré y te abrazaré… nada más.Ella, sin embargo, lo miró con los ojos bañados en un llanto que no llegaba a soltar y sacudió la cabeza con determinación:—No… no quiero. Me siento fea.Durante el embarazo su cuerpo había cambiado, y Luciana no se hallaba precisamente atractiva. Alejandro comprendió de inmediato y casi se rió con ternura.—¿Fea? Claro que no. Para mí, siempre estás hermosa.—Mmm… —ella no pudo contestar mucho más.Esa mañana, Alejandro llegó tarde a la oficina. Postergó la reunión una hora y, aun así, apareció luciendo una actitud de euforia que no se molestó en ocultar. Nadie podía pasar por alto el sonrojo
—¿Hmm? —Luciana se sorprendió un instante. Luego recordó el encuentro entre Enzo y Alejandro, y esbozó una suave sonrisa—. Es mi esposo.—¿Tu esposo? Ya lo sospechaba.Por un segundo, el gesto de Enzo pareció tensarse, pero pronto continuó:—Entonces… ¿te trata bien?Luciana bebió un sorbo de su jugo con leche. Al oír la pregunta, se acordó de la ocasión en que Enzo y Alejandro se vieron, que no fue muy agradable. Tal vez Enzo había sacado conclusiones equivocadas.—Lo del otro día… él se dejó llevar. Te ofrezco una disculpa en su nombre.—No te preocupes —respondió Enzo, restándole importancia—. Pero aún no me has dicho: ¿te trata bien?Esa vez, Alejandro casi pierde la cabeza y se lanza contra Enzo, así que cualquiera habría pensado que no era alguien fácil de tratar. Aun así, a Luciana le resultaba extraño: apenas había ayudado a Enzo un par de veces, y de manera casual, pero él parecía preocuparse demasiado por ella. ¿Era su forma natural de ser, o había algún motivo más profundo?
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra