Él se quedó callado un instante, pensando en que aquello seguía por un largo camino. No obstante, con una docilidad poco habitual, contestó:—Perfecto, “me encanta”.***Tras una semana de hospitalización, los indicadores de Pedro eran estables y, como donante, tenía luz verde para irse a casa. Con cuidado y buena alimentación, en medio año debería recuperarse completamente. La presencia de Balma en su vida también contribuía a que no fuese un gran problema.Ese mismo día, Alejandro había pasado por el departamento de Luciana para tomar su dosis de medicina. Juntos fueron al hospital a arreglar el papeleo y luego llevaron a Pedro de vuelta a Estancia Bosque del Verano.En el camino de regreso, Alejandro mencionó:—Luciana, por la tarde debo viajar a Reeton.De inmediato, ella pensó en el tratamiento:—¿Y cómo harás con la medicina? —La terapia con hierbas no debía interrumpirse, o de lo contrario se perderían los avances.—¿Qué puedo hacer? —Él se encogió de hombros—. Tendré que dejarl
Anteriormente había tenido mareos y sensación de que todo se movía a su alrededor. En cambio, esta vez fue como si simplemente hubiera quedado a oscuras, como si alguien apagara la luz de golpe.Entonces recordó algo: no era tan inusual. En el día de la cirugía de Pedro, sucedió algo parecido. Ella despertó y creyó que la habitación estaba completamente oscura, incluso preguntó a Martina por qué no encendía la luz. Pero esa vez duró muy poco, y la ansiedad por la cirugía de su hermano le impidió darle mayor importancia. Lo atribuyó al cansancio de la noche anterior.Tal vez se equivocó.Esta vez, la oscuridad era más notoria. Luciana, con un nudo en la garganta, se recargó en el zapatero, obligándose a mantener la calma.Esperó alrededor de un minuto, tal vez un poco más, hasta que poco a poco empezó a percibir luces y siluetas. Volvía a ver.Lejos de alegrarla, esta recuperación momentánea la puso en alerta. No era normal.Luciana sospechaba que Alejandro y la doctora Alondra le ocult
—El bebé no presenta problemas, el inconveniente recae en usted… ya experimentó episodios de ceguera temporal. Si esto progresa, siendo usted médico, sabe bien que no podemos predecir con certeza qué pueda pasar.—Sí, lo comprendo. —Luciana asintió. En medicina, cada caso evoluciona de modo distinto, y no hay garantías absolutas.—Gracias, doctora.—No hay nada que agradecer.Al salir del consultorio, Luciana estaba pálida. Un escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Bajó la vista y llevó una mano a su vientre.Al principio, ni siquiera estaba muy convencida de tenerlo. En estos meses, el embarazo le había causado muchas molestias. Pero ahora que el bebé ya era tan grande, podía sentir sus movimientos y latidos, esa conexión sanguínea tan especial…Había hecho planes para su vida, incluyendo a Pedro y a este pequeño ser que llevaba dentro. ¿Cómo había terminado en esta encrucijada?¿Debería renunciar a él? Ya era un feto muy desarrollado, casi una personita formada. ¿Tanto esfue
Con estas cavilaciones en la cabeza, esa noche Luciana no logró un sueño profundo. Al levantarse, descubrió que los pies se le habían hinchado como bollos.Al presionar con un dedo el empeine, se formaba un hoyuelo que tardaba en desaparecer. Suspiró: eran los malestares típicos del embarazo que, a medida que avanzaba, parecía complicarse más.Tras su rutina matinal, Luciana salió de casa. Había quedado con Martina en visitar a su madre. Aprovechó el trayecto para comprar unas mandarinas feas por fuera pero muy dulces por dentro, la variedad favorita de la señora Laura.La familia de Martina vivía en la parte sur de Muonio, en una zona de casas un tanto antiguas. Habían surgido hace años con un negocio de tamaño mediano, lo bastante para vivir sin estrecheces… aunque últimamente atravesaban dificultades.Martina salió a abrir la puerta y, al ver a Luciana, exclamó con cariño:—¡¿Cómo se te ocurre andar en este frío?!Al mismo tiempo, la jaló con suavidad para que entrara.—¡Entra, no q
Cuando regresó a su apartamento, decidió tomar una siesta. Se acomodó sobre la cama, puso un cojín suave a la altura de sus pies para aliviar la hinchazón y, como no había dormido bien la noche anterior, cayó rendida. Despertó ya entrada la tarde, sintiéndose mucho mejor.Corrió las cortinas y vio de nuevo la nieve cayendo. Fue entonces que sonó su teléfono: era Alejandro.—Luciana.—Mmm… —respondió ella, aún con voz adormilada.—Por cómo suenas, ¿estabas durmiendo?—Sí, justo me levanté.Con ese tono dulce, Luciana parecía una niña al despertar. Alejandro rió por lo bajo.—¿Qué hacías?—Nada, en realidad. Estoy libre, mirando por la ventana. Está nevando otra vez… me dieron ganas de salir a jugar con la nieve, hacer un muñeco…—¡Ni lo sueñes! —la interrumpió él de inmediato, con un deje de seriedad—. Hace mucho frío, ¿qué tal si te resfrías?—Pero… —Luciana titubeó, sintiéndose un poco culpable—. Solo lo decía por decir…—Ni se te ocurra —insistió él, como si temiera que fuera capaz d
Mientras Alejandro estaba en el baño, Luciana se dirigió a la cocina en busca de un recipiente hermético. Con cuidado, colocó adentro al pequeño muñeco y selló la tapa. Luego lo guardó en el congelador.Sonrió al pensar que así no se derretiría.—Luciana. —Alejandro apareció en la puerta, solo con la camisa puesta, habiendo dejado el abrigo a un lado—. ¿Qué haces?—Nada… —respondió, sintiendo que el corazón se le aceleraba. Cerró la puerta del refrigerador con disimulo—. Estoy preparando la cena. ¿Te lavaste las manos? Ven a comer, ¡muero de hambre!Trató de sonar con calma, deseando que no se notara el ligero nerviosismo que sentía, temiendo delatar el regalito que había rescatado del deshielo.***A la tarde siguiente, Luciana se despertó de su siesta y se fue a su clase de yoga. Para cuando terminó la sesión, ya eran casi las seis. Salió del salón y justo recibió la llamada de Alejandro:—¿Dónde estás? ¿Estás en casa?—No, acabo de salir de mi clase. Voy de camino.—Perfecto. Estoy
—¿Qué crees que hago? —replicó él, evidentemente molesto—. ¡Quítate los zapatos! ¿O piensas seguir con ellos empapados?Dicho esto, tomó con determinación ambas piernas de Luciana y las apoyó sobre las suyas. Al ver que las dos zapatillas y los calcetines estaban húmedos, su expresión se volvió aún más sombría.Ella se encogió un poco, un tanto asustada por su reacción.—¿Por qué te mueves? —la reprendió él con un tono bajo e impaciente. En un abrir y cerrar de ojos, le sacó los zapatos y los calcetines, tirándolos al asiento trasero.—Tú… —Luciana quiso protestar, pero notó que en realidad él parecía aún más irritado consigo mismo—. La calle estaba resbalosa… pensé que podía caminar con cuidado.—¿Caminar con cuidado? —repitió, frotándose la frente con frustración—. ¿No habíamos quedado en que pasaría por ti? ¿Por qué no me esperaste?—Lo siento… —admitió ella en voz baja—. Solo se me mojaron un poco los pies. Está frío, sí, pero no fue tanto rato, seguro que no es grave…“No es grave
Al escuchar eso, Alejandro acarició con delicadeza los pies de Luciana y respondió con serenidad:—De acuerdo. Juro que lo que voy a decir es absolutamente cierto, sin engaños… si te miento, que me quede solo y sin lo que más amo.Se tomó un instante antes de continuar, palabra a palabra:—Nunca lo he hecho con nadie más. Solo contigo. Antes no lo hice, y después de ti no habrá otra.Luciana lo contempló, sobrecogida. ¿Estaría él siendo sincero sin temor alguno? ¿O se tomaba las promesas a la ligera? Quiso creer que era completamente honesto.—De acuerdo… —murmuró ella, asimilando todo.—Bien, ahora me toca preguntar a mí —dijo Alejandro, mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Luciana—. ¿Te das cuenta de lo que implica? No cualquiera puede exigirme un juramento como este y confirmar algo tan… personal.Ella bajó la cabeza. Pasaron un par de segundos antes de que asintiera con lentitud.—Lo sé —admitió.Al fin y al cabo, ambos eran conscientes de la naturaleza de esa confesión