Cuando regresé a casa, fui directo a mi habitación a mirar cuán grave era lo que ella me había hecho. Me miré en el espejo y era un pequeño corte, nada de qué preocuparse.
La puerta de mi habitación se abrió. Volteé para ver quién era y era mi madre, que me miraba con el ceño fruncido. Ella se acercó a mí y observó el corte que tenía en el pómulo.
— Dijiste que dejarías esta vida. Se supone que Alma crecería en un buen hogar, sin miedo, pero veo que solo fueron palabras vacías.
Miré a otro lado, me sentía avergonzado por todo esto, por no ser lo suficientemente bueno.
— Ella vivirá bien — le aseguré—. Y tú también — le dije.
Mi madre se acercó a mí lentamente.
— ¿Y cómo se supone que haremos eso? Desde que esa mujer apareció, volviste a ser el mismo. Se supone que ibas a cambiar, se lo prometiste a Muriel — me dijo ella con los ojos aguados.
Tragué saliva. A Muriel le prometí tantas cosas, pero ella no estaba, y yo… era un desastre que trataba de llevar esto lo mejor que podía.
— Esa