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Abro los ojos como platos al ver un deportivo aparcado al final de la acera; el único. Sam sonríe con orgullo al ver mi expresión de asombro y me hace caminar más rápido.

—Así me aseguraba que no le pasaba nada —dice con orgullo.

Yo tampoco dejaría un coche como ese aparcado con todos los demás. Lo más probable es que acabara por rallarlo o vomitarlo o cualquier otra cosa horrible y por el modo que habla del coche, parece bastante importante para él. Al fin y al cabo, el dinero no parece el problema, ni para ninguno de mis nuevos amigos.

Dios, me estoy convirtiendo en esas pijas con pasta a las cuales no podía ni ver.

—Al menos te quedan neuronas para pensar —lo chincho.

—Las que no te has tragado tú —replica con una sonrisa burlona.

Abro los ojos como platos, totalmente escandalizada por sus palabras y lo raro que se me hace escucharlas de su boca. Quizás no tanto, pero me pillan por sorpresa y con la guardia baja.

—¡Eres un guarro! —chillo

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