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La luz entra a raudales por la ventana, despertándome. Me estiro en la cama y tanteo con la mano en busca de Sam, pero no hay nadie. No recuerdo como llegué a la cama anoche. Lo último que recuerdo fue dormirme en el regazo de Sam mientras tocaba el piano; lo tocaba sólo para mí.

El recuerdo hace que una sonrisa se forme en mi rostro y me desperece por completo. Ruedo hasta el otro lado de la cama y miro por el ventanal, el sol brilla y no hay ni una nube en el cielo; las vistas a pleno día son una pasada. Tenía razón cuando decía que levantarse por las mañanas y contemplar la inmensidad de la ciudad debe de ser de lo más agradable. Pero me hubiera gustado que Sam siguiera a mi lado.

«¿Dónde se habrá metido?» Me levanto de la cama y me tomo un minuto para escuchar algún ruido, pero no se oye nada. Arrastro los pies por el pasillo y miro hacia el salón, pero tampoco hay nadie.

Me detengo cuando me lo encuentro abriendo la nevera y segundos después sacar una jarra de

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