Narrado por Diego.
Tumbado en mi habitación, mirando por la ventana hacia la lluvia que caía en aquella oscura noche, con ella tumbada sobre mí, totalmente dormida. Era preciosa – me percaté al observarla - ¿cómo no me había dado cuenta antes de lo terriblemente hermosa que era? Tenía el cabello moreno y corto; le llegaba más o menos por encima de los hombros, de piel media, ojos marrones, de estatura mediana y complexión delgada, con una sonrisa siempre en el rostro, a pesar de las adversidades.
Ella llevaba conmigo toda mi vida, desde mis siete años de edad, y aún estaba a mi lado, aunque no como entonces. Antes nuestros padres estaban casados, ahora, divorciados y casados con otras personas. Pero eso no impedía que nos buscásemos y fuésemos como hermanos.
Aún podía recordar cuando la vi por primera vez, entrando por la puerta de casa, agarrada de la mano de su mamá, con una enorme sonrisa en el rostro, como si la vida fuese maravillosa, como si no la hubiese tratado mal, cuando era todo lo contrario.
Ella había sufrido mucho, con tan sólo tres años de edad perdió a su padre, ese del que apenas había podido disfrutar debido a su trabajo, siempre trabajando fuera de casa, conduciendo el camión de un lugar a otro, dentro y fuera de España, hasta que un accidente en la autopista acabó con su vida. A pesar de eso, ella nunca dejó de sonreír, y era lógico pensar en por qué lo hacía. Necesitaba ser fuerte por ella y por su madre, ayudarla a sonreír, a ver la vida tan bonita y maravillosa como era, a reponerse y sobre todo, a seguir adelante.
En aquella época yo también había sufrido, pues haber crecido sin madre, con un padre que tuviese que hacer por dos, era difícil, aunque él siempre logró superarse con creces. Mamá murió justo después de nacer yo, cuando se hubo asegurado que había nacido sano y estaba a salvo. Al parecer el parto se complicó y perdió mucha sangre, no había nada que hacer por ella.
Por eso me sentí tan a salvo cuando ella llegó a casa, con tan sólo su presencia inundaba la habitación de luz, te transmitía su felicidad y te hacía ver el vaso medio lleno.
A día de hoy, puedo decir, que nunca la he visto enfadada. Es increíble ver a alguien como ella, siempre sonríe y nunca llora, ni siquiera cuando era niña lo hacía. ¡Ella es maravillosa! Y me siento afortunado de tenerla en mi vida.
Era mi hermana, aunque ya nuestros padres no estuviesen juntos, lo seguía siendo. Y parecía que lo sería para siempre, pues ya teníamos la suficiente edad como para distanciarnos el uno del otro, y, sin embargo, allí estábamos.
Ya estábamos en la universidad, aunque en distintas, pues ella estudiaba derecho y yo ingeniería industrial, aunque lo que realmente me llenaba era montar y desmontar motos, era mi pasatiempo favorito.
Cali solía venir a casa da dormir, al menos cuatro días en la semana, y nunca llegué a saber la razón por la que odiaba dormir en su casa, junto a su madre y Martín, el nuevo marido de su madre, pero lo cierto, es que ella siempre acababa durmiendo en mi cama, junto a mí. Supongo que me echaba de menos, pues por el día, a causa de la universidad y de nuestros trabajos a medio tiempo, apenas teníamos tiempo para vernos.
Ella, por ejemplo, se la pasaba el día metida en la universidad, en sus clases o en la biblioteca; pues en su casa era imposible estudiar, ya que Martín y Ariel se pasaban el día echándose los trastos a la cabeza, no había paz en aquella casa; y sobre las siete de la tarde se iba a casa de su mejor amiga Marina, a dar clases de defensa personal.
Yo, por mi parte, iba a la universidad de ocho a dos y media, volvía a casa para comer, y de cuatro a seis me la pasaba estudiando, para luego irme al taller de mi mejor amigo Teo, a arreglar las motos que le traían.
Era una vida tranquila, pero como os digo no tenía tiempo en mi vida para estar con ella, o con cualquier otra chica en realidad. Nunca me interesó demasiado eso que llaman amor, ni nada relacionado con las chicas, siempre estuve más ocupado con mis cosas, con los estudios, y con ser su hermano, y nunca quise tener nada que ver con ninguna otra, a pesar de que siempre tenía alguna que otra alrededor. Era un tipo atractivo, de eso no había duda, pero ella no se quedaba atrás.
Teo era mi mejor amigo desde el colegio, y habíamos mantenido la amistad aún después de este, pues él se había dedicado en cuerpo y alma a seguir en el negocio familiar: el taller de su padre, mientras yo me metía en una carrera difícil y complicada, que a veces me hacía replantearme dejarla y dedicarme a las motos por completo, pero luego pensaba en todas las cosas que podría conseguir si tenía un trabajo de ingeniero. Para empezar, ganaría mucho más, podría trabajar en cualquier lugar, incluso irme fuera si así me lo planteaba, y por supuesto podría llevar a Cali conmigo, aunque ni siquiera había hablado de esto con ella.
Hablando de Teo, Mateo para su familia, aún recordaba la conversación que había tenido con él aquella tarde, en la que me había confesado que estaba interesado en Cali, y que pretendía que yo le hiciese de intermediario.
Y luego estaba Mario, otro de mis grandes amigos, al que no veía desde hacía más de tres años, a causa de su trabajo en la ciudad de Londres.
Ella se movió un poco, y abrió los ojos, enervándose asustada, haciéndome comprender que las pesadillas habían vuelto. Solía tenerlas a menudo, y comenzaron cuando ella y su madre se marcharon de la casa.
Me miró y pareció calmarse un poco, pues sonrió y se recostó sobre la almohada, cambiando de postura, con sus ojos fijos en los míos.