2. Se supone que... (MATEO)

(MATEO)

Conduje con ella abrazada a mí, sin casco, en silencio, hasta que llegamos al taller, no quería ir a otro lugar y que por el camino ella cogiese frío. Aparqué la moto en la puerta y me apoyé en el suelo, apagando entonces el motor. Pero ella ni siquiera se inmutó, siguió en la misma posición, incapaz de soltarse de mí, aún.

  • Ya estamos aquí – le dije, ladeando la cabeza para que me escuchase.

  • Quedémonos así sólo un poco más – rogó, mientras yo aceptada, escuchando el silencio de la noche a nuestro alrededor, tan sólo interrumpido por algunos grillos, y el sonido que hacían las hojas de los árboles al chocar unas con otras a causa del viento que las movía.

  • Hace frío, Cali – le dije, dejándole claro que no quería que se resfriase – dejaré que me abraces dentro, pero por favor…

  • ¿A ella también la dejas que te abrace? – preguntó, entre susurros, casi tan bajo, que fingí no oírlo, porque me parecía imposible que ella estuviese preguntando aquello.

  • ¿Qué? – Pregunté, fingiendo no haber oído nada, era lo mejor, porque era una pregunta realmente idiota, preguntar sobre aquello, no entendía cómo ella …

  • No importa – respondió, dejando claro que no iba a responderme. Y entonces me di cuenta de algo. Ella no quería hablar conmigo en lo absoluto, tan sólo había pretendido alejarme de Sandra.

  • No tienes ninguna intención de hablar conmigo, ¿verdad? – pregunté, porque quería estar totalmente seguro de que mi teoría era cierta, de que ella tan sólo estaba celosa.

  • No – declaró, haciéndome sonreír, de oreja a oreja, al darme cuenta de que era cierto.

  • Sabes que no tienes derecho a estar celosa, ¿no?

  • No estoy celosa – mintió, haciéndome sonreír de nuevo.

  • Sandra sólo es una amiga.

  • Dijiste que no tenías amigas.

  • Ya sabes a lo que me refiero, Cali – le dije, volviendo a ladear la cabeza para decir aquello.

  • No, no lo sé - me dijo ella.

  • ¿qué es exactamente lo que te molesta? – insistí, mientras ella se revolvía, negando con la cabeza, dejándome claro que no iba a hablar sobre ello.

Me bajé de la moto, molesto con ella, la agarré del brazo y la arrastré hasta el taller, de malas maneras, mientras ella me miraba sin comprender, que era lo que pretendía. La empujé dentro, le quité el bolso y lo eché a un lado, y entonces la arrastré hasta el despacho de papá.

  • Lo haremos por las malas – le dije, haciendo que ella me mirase sin comprender – voy a secuestrarte aquí hasta que me digas lo que quiero saber – ella sonrió, divertida al escucharme decir aquello – no es una broma.

  • No puedes retenerme aquí – aseguró, asustada – Diego me buscará y …

  • Puedo – aseguré, posicionándome frente a ella, agarrándola de ambos hombros, hasta lograr que ella me pusiese toda su atención – y lo haré.

  • Diego va a matarte si se entera de esto.

  • Me arriesgaré.

  • ¿Por qué haces esto?

  • Se supone que no me quieres – aseguré, a tan sólo un par de pasos de mí – se supone que no sientes absolutamente nada por mí, y que por eso me dejaste – insistí, mientras ella me miraba, aterrada – entonces ¿por qué te molesta que haya algo entre Sandra y yo?

  • También se suponía que querías estar conmigo, pero … - su voz se quebró antes de haber podido decir nada, lo cual me hizo levantar una ceja, extrañado. Ella miró hacia mis labios mientras contestaba - … se supone que cuando quieres estar con alguien no te acuestas con otra.

Acababa de comprenderlo, la razón por la que ella me había dejado, la razón por la que ella fingía no estar interesada en mí, era, como siempre creí, culpa mía. Ella se había enterado de mi desliz con Sandra, y aunque sólo sucediese una vez, cuando estaba lleno de dudas sobre si debía elegirla a ella, que tan sólo era una simple amiga o a mi mejor amigo. Ni siquiera sabía lo que ella sentía aún por mí, si no hubiese sabido nunca me habría acostado con Sandra.

  • Sólo fue una noche – le dije, haciendo que ella levantase la vista para mirarme, para luego negar con la cabeza – sólo éramos amigos en ese entonces.

  • Cuando te pregunté por ella dijiste que ya no te acostabas con ella – declaró, dejándome claro que era justo eso lo que más le había dolido – Me mentiste, Mateo.

  • Si – acepté – mentí porque me aterraba que supieses la verdad, me aterraba que pensases que yo … no quería perderte, Cali.

  • Pero al final me perdiste – declaró, haciendo que comprendiese que tenía razón, al final todo había sido en vano – y ahora es ella la que te hace el amor todas las noches, es ella la que siente tus caricias, tus besos, tu calor, y yo… - su voz se quebró de nuevo - … ni siquiera…

  • No estoy con ella – le aseguré, intentando tranquilizarla, pero sabía que era imposible hacerlo – tan sólo nos acostamos, tan sólo me ayuda a olvidar.

Sus lágrimas salieron en ese justo instante, y a mí se me encogió algo dentro cuando la vi de esa manera.

Se limpió las lágrimas, con rapidez, apartándose un poco de mí.

  • No te preocupes por mí – me dijo, intentando lucir tranquila, pero podía ver el miedo en sus ojos – me marcharé a la ciudad mañana.

  • Lo sé – le dije, porque conocía la información de primera mano, pues su hermano me había hablado sobre ello.

  • Así que puedes seguir haciendo eso – me dijo, haciendo que la mirase sin comprender, a lo que se refería – sigue haciéndolo con ella, hasta que me olvides completamente.

  • No es eso lo que quería decir, Cali – le dije, intentando hacerla entender – lo que quiero decir es que estar con ella me ayuda a olvidar, por un momento, pero al final, siempre estás en mi cabeza.

  • Deberías de intentarlo con ella – me dijo, haciendo que la mirase desubicado – con ella ya has tenido sexo, en cambio conmigo…

  • Tú eres especial, Cali – insistí – contigo quería esperar, quería que fuese especial.

  • ¿por qué? – insistió, molesta con todo aquello - ¿Qué diferencia…?

  • Porque siempre he estado loco por ti, Cali – Pronuncié, acercándome tanto a ella, que invadí por completo su espacio vital - Lo que siento por ti…

  • ¿y lo del cine? – espetó, a la defensiva, cansada de dejarse engañar por los hombres que la rodeaban.

  • Sólo era una broma – expliqué, al mismo tiempo que levantaba la mano, y acariciaba su rostro, sujetando sus cabellos detrás de la oreja, apartándolos de su hermoso rostro, bajando la mano, después - no iba en serio, sólo quería dejar de ser invisible a tus ojos, sólo eso.

El fuerte sonido de la lluvia cayendo sobre el tejado del taller nos hizo salir de nuestros pensamientos, provocando que nos diésemos cuenta de que el mundo seguía si curso a pesar de que el nuestro se había detenido.

  • ¿por qué siempre que estamos juntos llueve? – preguntó, olvidando su enfado, las mentiras, las lágrimas y todo lo demás. Sonreí al escuchar aquellas palabras, para luego volver a acariciar su mejilla, logrando que ella me mirase.

  • Entonces sientes algo por mí – declaré, haciendo que ella me mirase, torciendo el gesto, sin saber qué era lo que pretendía decir con aquello – al igual que yo.

  • Sí – aceptó ella – pero eso no cambia absolutamente nada – insistió, apartando mi mano de ella, al mismo tiempo que yo negaba con la cabeza, sin dejar de mirarla.

  • Eso lo cambia todo – le dije, dejándola con la boca abierta – porque ya no quiero solo mirarte desde lejos, ahora quiero mucho más – proseguí, mientras ella negaba con la cabeza, en señal de que no quería que siguiese por ese camino – y sé que, en el fondo, tú quieres lo mismo.

  • ¿y quién me asegura a mí que esta vez va a ser diferente? – preguntó, como si una parte de ella estuviese barajando la posibilidad de volver a mi lado - ¿quién me asegura que tú vas a …?

  • Yo – le corté, haciendo que me mirase contrariada - lo prometo – le dije, sintiendo como ella me observase, extrañada – Calipso – la llamé, haciendo que ella relajase su expresión, y me observase con detenimiento – quédate conmigo y olvida a todos los demás.

  • Hay muchas cosas que nos separan, Mateo – declaró, como si hubiese una gran parte de ella que quisiese aferrarse a todos esos impedimentos por los que no podríamos estar juntos – Sandra, Diego, …

  • Olvídate de todos ellos – imploré, haciéndola negar con la cabeza, al mismo tiempo que yo la detenía, agarrándola de ambos lados del rostro, obligándola a mirarme sólo a mí – fíjate sólo en mí, en lo que sientes cuando estamos juntos, en …

  • ¿Crees que puedo perdonarte con tanta facilidad? – insistió ella, incapaz de aferrarse a la idea de quedarse a mi lado – Me has mentido, Mateo.

  • Te lo compensaré – le dije – y te prometo que no volveré a mentirte, la próxima vez te diré la verdad, aunque duela.

  • ¿y qué te hace pensar que…?

  • ¿Por qué no dejas de ser tan terca? – imploré, cansado de aquella conversación, mientras ella me miraba con extrañeza, como si no comprendiese mis palabras – sé que una parte de ti quiere odiarme por toda la eternidad, pero … - me detuve un momento, acercándome un poco más a ella, observándola con detenimiento, antes de decir aquello – sé que hay otra parte de ti que quiere estar conmigo, y sé que estás aterrada. ¡Maldita sea! Yo también lo estoy, pero no voy a dejar de intentarlo sólo porque esté muerto de miedo.

  • ¿De verdad podemos hacerlo? ¿Después de todo esto? – Preguntó, aterrada, con lágrimas en los ojos, mientras yo besaba su frente, para luego mirar hacia sus ojos.

  • Podemos hacerlo – aseguré, haciéndola sonreír tenuemente, para luego besarla suavemente, en los labios.

Sus labios seguían siendo los mismos, ella seguía siendo la misma, y lo que me hacía sentir tan sólo había crecido, no se había ido a ninguna parte, y tan pronto como la sentí de aquella forma, sentí una enorme paz, una gran calma para el miedo que me había embriagado durante los últimos meses.

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