Aria

El reloj marcaba las tres de la mañana, pero el insomnio me había abrazado con la misma intensidad con la que lo hacían los recuerdos de Alexei. De nosotros. De todo lo que no debería ser, pero era.

El silencio del penthouse era abrumador, apenas roto por el tic-tac agónico del reloj de pared y el zumbido constante del aire acondicionado. Afuera, la ciudad seguía su curso, ignorando que en esta cama de sábanas arrugadas se libraba una guerra. La mía.

Tenía que elegir. Y la palabra en sí me parecía una traición. Elegir implicaba que una parte de mí debía morir para que la otra pudiera sobrevivir. Y aún no sabía cuál.