No hay niñeras

Emma

Siempre me dio la sensación de que cuando más apuro tenemos, la vida se empeña en poner trabas en el camino, por ejemplo, en plena hora laboral, donde no tendría que haber movimiento, el elevador lleva su décima parada.

— Emma —observé al hombre que acababa de subir.

— James ¿Cómo estás? —arqueó su ceja.

— Al parecer más tranquilo que tú —hice una mueca y de nuevo paramos.

— Por favor —protesto —, todo el mundo va a montar hoy.

Las personas dentro me observaron y James apretó los labios, hice una mueca y bajé la mirada, no pensé que había hablado tan fuerte.

— ¿Alguna urgencia? —insistió.

— Me llamaron de la escuela de mi hijo —movió el rostro.

— Tiene sentido —las puertas se abrieron de nuevo.

— ¿Qué cosa?

— Lo nerviosa.

Me parecía que James pensaba que me ponía nerviosa que le pasara algo, pero no era eso. Oliver no jugaba, él no participaba en los recreos, por lo que, al menos que se metiera en una pelea, nada pasaría.

— Bueno, solo somos él y yo.

Otro de los empleados giró para mirarme y me sonrió, James observó al sujeto antes de volver a mirarme, pero yo observaba la puerta.

Regla número uno, no te acuestas con compañeros del trabajo.

— Entiendo, cualquier cosa, me avisas, incluso para hacer demandas por acoso —habló alto y bajó cuando frenó de nuevo.

Las puertas estaban por cerrarse, pero colocó su mano, sus ojos fueron al sujeto que me había sonreído para luego señalar la salida.

— Tú también bajas, Rick, tenemos que charlar.

Rick, como dijo que se llamaba, afirmó y me dejaron sola para bajar los últimos tres pisos. Apenas las puertas se abrieron en el estacionamiento caminé a mi auto sabiendo que me quedaba el tráfico de Seattle.

Las calles están atestadas de autos, la música en la radio llena el ambiente mientras mis dedos golpetean el volante. Aprovecho el próximo atasco para conectar mi teléfono y comenzar a llamar a todas mis opciones de niñeras.

Aun sabiendo que fracasaré estrepitosamente, porque este es el día de no niñeras. Ellas tienen vida, todas me ayudan, pero hoy, justo hoy, las cosas siempre se complican.

Todas aprovechan para trabajar, salir o lo que quieran, no es que tengan que estar a mi disposición, pero son las que siempre están, las que me ayudan y acompañan desde siempre.

— Hija —la voz de mi madre suena en los parlantes.

— Mamá, dime que estas disponible —supliqué y comenzó a reír.

— Lo hizo de nuevo ¿Verdad?

¿Qué se supone que debía responder a eso? Sí, lo hizo, aun cuando le pedí que no lo hiciera, molestó en clases sin importar que le rogué porque no hiciera algo como eso.

— Sí, acaba de llamarme aquella bruja —la fila se movió y yo con ellos.

— Lo lamento hija, me tome un tren a Portland, vuelvo mañana para cuidarlo pasado —sonreí.

— Tranquila mamá, debes salir, despejarte —las bocinas sonaron.

— Siento no ser de ayuda —su tono cargado de culpa llegó.

No me gustaba que se sienta en falta, Oliver era mi responsabilidad, no de ella, demasiado con que siempre me ayudaba por las tardes hasta que terminaba mi horario laboral.

— No tienes por qué, es mi tarea.

— No seas tan dura contigo Emma, Oliver necesita expresarse, ese colegio no ayuda y tú trabajas muchas horas para darle lo mejor —sonreí —, tal vez pedirle a Nicolás que venga y te ayude.

No y no, me negaba pedirle ayuda, las únicas veces que Nicolás intentó ayudarme o pasar tiempo con Oliver, también trató de llevarme a la cama.

— Estoy bien así —suspiro.

— Bien, tengo que dejarte, estoy con gente al lado, el grupo de jubilados y no puedo decir todo lo que quiero.

— Gracias a dios —bromeé y se quejó.

No mentía, me diría todas las cosas que debería hacer con él, pero no consideraba que tuviese mucho para reclamar. Nicolás no vivía acá, nos había dado una casa, no pagaba alquiler y pasaba mensualidad, no era mucho, pero me ayudaba.

— Te amo, te cuidas y me traes un recuerdo.

— Claro.

Mis amigas, Amy, Clara, Margo y Hayley, junto con mi madre son las que me han ayudado a criar a Oliver. Ellas han estado para mi desde el primer momento, pero sobre todas las cosas, desde que Nicolás decidió ir a trabajar a Canadá, algo que me complicó más la vida desde hace dos años.

Ahora ese sujeto solo es un cero a la izquierda durante todo un año y un padre raro durante sus vacaciones. Tiempo que se resume a dos semanas y media.

Oliver no lo quiere mucho, más bien lo detesta, Nicolás no lo comprende y yo, yo me encuentro intentando pegar la situación con una cinta adhesiva, fina y sin pegamento.

Soy la que trata de mantener la relación a base de lo que se puede considerar… ¿Mentiras? Demonios, he intentado que mi hijo no odie a su padre, he justificado su ausencia con trabajo, su falta de empatía con desconocimiento y sus tretas con inmadurez, pero al final, solo se resume a que es un imbécil.

— Chica sexy reportándose —me reí con la frase de Margo.

— Mamá todo terreno, pidiendo ayuda —hablé y ella carcajeó.

— Mi ahijado volvió a hacer de las suyas.

— Claro, salió a ti que esperabas.

— Que demorara hasta que termine mi reunión —hice una mueca.

— Puedo decirle a las demás —se quedó en silencio —¿Margo?

— Acabo de enviar un mensaje, no pueden, me desocupo en dos horas, si es antes lo busco por donde estén —cerré mis ojos.

— En mi trabajo.

— M****a —susurró —, trataré de apurarme.

No podía pedirle eso, tal vez solo ir y pedirle a mi jefe que me deje libre hasta que Margo se desocupe, era la mejor opción en este momento.

— No…

— Solo cállate, iré, lo retaré y me cocinarás esta noche, chau, te quiero.

Colgó el teléfono sin dejarme hablar.

Le tendría que hacer hasta un postre por hacerme el favor, tal vez preparar la habitación para ella, que se quede, invitar a las demás, tener una buena noche de amigas.

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