Emma
— Oliver, por favor, ya basta —lo observé —, vuelve a leer tu libro —señalo el asiento y el libro que dejó.
Me escucharía, cuando llegásemos a la casa le diría algunas cosas, todas las razones por la que esto que hacía estaba mal, pero ahora necesitaba conservar mi trabajo.
— Ya terminé todo el libro mamá — la queja llegó —¿Tienes que hacer algún balance, gráficas, algo?
Mi hijo era un genio, tenía poco tacto con las personas, pero hacía mohines como cualquier chico de su edad, se quejaba, sacaba el labio y lloraba cuando se frustraba lo suficiente.
— Sí, tengo que hacer algunas cosas, ahora te digo.
Solo necesitaba que Theo entendiera que iba a trabajar igual, lo que en este momento no parecía seguro era decir que Oliver me ayudaría.
Tomé aire y llevé mi vista a él.
— Lo siento, no tiene filtro.
Sonreí, fue una de mis mejores sonrisas, esas que mi madre decía que compraba a las personas. Entré a los lugares más complicados con esta sonrisa, podía sobrevivir a mi jefe.
— No soy c