Enojada

Emma

Salgo del lugar expulsando humo, Oliver se mantiene callado y no lo culpo, es lo suficientemente inteligente para saber que no le conviene abrir su pequeña boquita, a menos que no quiera llegar a la facultad.

Porque no lo hará si habla.

— Sube.

Señalo el auto y hace lo que pido. Mis manos giran el contacto y salgo directo hacia la oficina, necesitaba pensar en algo que me ayudara a manejar esta situación y conservar mi trabajo.

Había una política de nada de niños en las instalaciones, no podía romper esa política, sin embargo, en ocasiones existían compañeros que los llevaban.

Theo no solía pasear mucho, hacía un recorrido a la semana, hablaba con las personas, si tenían problemas con los chicos los dejaba ir, pero si era seguido todo el piso se encargaba de ocultar todo lo que pasaba.

Mi celular sonó y el parlante anunció que Margo envió un mensaje, suspiro, mis labios se curvan en una sonrisa y ruego internamente que sea lo que espero.

— Por favor, lee el mensaje de tu madrina.

Oliver saca el teléfono de su soporte para desbloquear y abrir la conversación.

— Lo lamento, puedo ir dentro de dos horas, con suerte —freno en el semáforo en el momento justo que termina.

— Dos horas —susurro.

Muerta, despedida, presa y sigo contando cargos, cada uno de ellos listos para condenarme la vida.

— No es tanto —arqueo una ceja y lo miro —¿Qué?

— ¿Qué? —las palabras salen entre dientes —, eso es lo que me pregunto yo ¿Qué pensabas?

Su vista volvió al frente, solo miró hacia adelante y la bocina llegó.

— ¿No piensas responder?

— Estás enojada y manejando, soy joven para morir y quedarme huérfano —levanto una mano.

— Maldición, Oliver —jadea.

— ¿Estas insultando?

— No te pases de listo —lo apunto.

— Pero…

Comenzó a hablar, sin embargo, mis ojos lo observan furiosos ocasionando que su boca se cierre automáticamente y mire hacia adelante.

— Eso pensaba —seguí manejando —¿En qué pensabas? Claramente no lo hacías, te dije que hoy tenía un día complicado, lo hablamos anoche, te expliqué que hoy toda la empresa se dedica a los balances mensuales, es el día más complicado del mes y tú haces esto.

Mi mano golpea el volante, Margo tardaría un poco más en venir por él, lo que complicaba mi día y aumentaba mis problemas laborales.

No era lo mejor, pero al menos era algo, ahora solo debía fijarme qué hacer con él dos horas en la oficina, porque mi hijo no es lo más tranquilo del mundo.

Maldición, debíamos comer.

— ¿Por qué lo hiciste?

No responde, ni siquiera habla.

— Oliver —siseo.

— Me estas mirando de esa forma, la que dice que si hablo o digo algo fuera de lugar sufriré las consecuencias —pongo los ojos en blanco.

Le había dicho a Nicolás que necesitaba ayuda con una niñera, se lo dije y él hablo de irnos a Canadá. Me dijo de vivir con él, los dos, de esa manera me ayudaría.

Solo diré que no fui la única que se negó.

— Oliver, llevo una semana pidiendo permiso para salir, no puedo seguir haciendo eso —suelto el aire —, me van a despedir y es un buen trabajo, me gusta mi trabajo.

Mi hijo no habla, simplemente mira por la ventana y quiero gritar de nuevo, porque no espero silencio, no de él. Oliver entiende todo, él siempre está un paso más adelante.

— ¿Es eso? ¿Deseas que deje de trabajar? —su rostro giró.

— ¿Qué?

Ahora pensaba que tal vez Oliver estaba tratando de llamar la atención. Su psicólogo dijo que en la parte afectiva él no sabría expresarse como por ahí esperábamos.

— Tal vez sientes que no estoy lo suficiente contigo —tomé aire —, para mí es importante que entiendas que te amo y puedo intentar otro horario…

— Mamá, estaba aburrido, solo eso.

No me dejó terminar de hablar y ahora que lo pensaba, prefería su versión de la historia, porque me hacía sentir menos culpable.

— Tienes prohibido moverte dentro del edificio —aclaré cuando llegamos.

— ¿Y cómo entro? —entrecierro mis ojos.

— Oliver…

Mi aviso inundó el auto mientras estacionaba, lo vi mover su labio, hacer una mueca y luego observarme en silencio.

— No puedes hacerte el listo conmigo.

— Eso es imposible, soy listo —sonrió —, pero es gracias a ti, eres buena creando vida, la mejor, nunca ha existido mujer más perfecta para…

— Basta, no importan tus halagos, no puedes —lo apunté —, no quiero que te muevas.

Levantó un dedo y supe que diría alguno de sus comentarios ingeniosos de nuevo, de esos que estaba segura me dejarían con ganas de gritar.

— Pese a tu enojo, es una buena pregunta —aquí venía —¿Cómo entro si no quieres que me mueva?

Cerré mis ojos, mi mano subió hasta tocar el puente de mi nariz, tomé aire, lo mantuve. Necesitaba calmarme porque la locura no me ayudaría en nada.

— Puedes caminar hasta donde yo te diga, luego te sientas en una esquina y te quedas callado —abro la puerta —y quieto.

Bajé del auto y me siguió, sacó su mochila, acomodó la tira en su hombro y comenzó a caminar conmigo.

— Sabes los traumas que puede ocasionar eso —me frené en seco —, ese tipo de castigo es muy conductista —mis dientes rechinan —, en pleno siglo XXI, no es algo aceptable, sobre… —mis ojos volvieron a él cargados de furia —. En la esquina, agendado.

Caminé hasta donde se encontraba el ascensor, jamás he traído a Oli, nunca y no era solo por su intento de explotar todo lo que tocaba.

Mi hijo no era sociable.

— Solo no digas nada, por favor, no te muevas —siguió mirando todo.

— ¿Y si me hablan?

— Dices hola y listo —chasqueó la lengua.

— Pero tú siempre hablas de que te tengo que responder —la puerta se abrió.

Uno de los empleados entró, sus ojos fueron un momento a Oliver y luego a mi rostro. Sus labios se curvaron en una sonrisa.

— Emma, hermosa como siempre —Oliver arrugó la nariz.

— ¿Te pagan por coquetear con las empleadas?

Ahí estaba mi hijo.

— ¿Qué? No, solo fue un halago, trabajamos juntos —formuló nervioso.

— Oliver, por favor —jadeé —perdón, él no…

— Tranquila, Emma —sonrió de nuevo.

— Tienes que controlarte, los hijos no vienen a la empresa —me miró solo unos segundos y luego al hombre —lo digo en serio.

Mi hijo no me miraba, solo observaba al hombre que estaba con nosotros.

— Nadie viene con los hijos —insistí —, no puedes moverte, tocar o ir a ningún lugar que no sea tu asiento.

— Ya entendí, no soy idiota —movió la mano.

— No insultes — siseo.

— No soy un chico con capacidades mínimas, mamá —sus ojos van de nuevo a mi rostro —. Comprendo que nadie puede venir aquí a menos que trabaje en la empresa —señaló al hombre a mi lado —, él parece más interesado en tu escote —miré al sujeto —. Se te paso el piso, genio —su rostro se elevó —¿Le miras el pecho a todas las mujeres con las que trabajas? —abrí la boca —, eso es acoso, podemos demandarte.

Sus brazos se cruzaron y el hombre salió del ascensor apenas lo detuvieron en uno de los pisos, no era el suyo, por lo que prácticamente huyó de nuestra charla.

— Por favor, Oliver.

— Es acoso, no puedes permitirlo —miró los números —¿Tú jefe es igual de idiota?

La migraña volvió, fuerte, punzante. Era mejor fingir algún evento desafortunado que entrar en la oficina, pero las puertas se estaban abriendo y Oliver saliendo.

— Oliver, por favor, necesito conservar mi trabajo, no puedes hackear nada, ni mucho menos explotar cosas por diversión —afirmo —, tampoco insultar, menos a mi jefe.

— Lo capto, tranquila.

Solo esperaba que el señor Hamilton no saliera, ni me despida, porque vamos, ¿A quién en su sano juicio se le ocurre llevar a su hijo que explota cosas al trabajo?

«A ti» La pequeña voz de mi cabeza me responde dejando en claro lo complicada que estaba en este momento. No era una buena idea.

Tomo mi bolso para dejarlo en mi escritorio, Oliver pasa por mi lado poniendo los ojos en blanco cuando le muestro la silla a la que tiene que ir.

Su mano se mueve para dejar su morral en el suelo, saca su libro y vuelve a leer en completo silencio. Sonrío, podía sobrevivir, lo haríamos.

Estaba por sentarme cuando la puerta a mi espalda se abre, la única puerta que podía condenarme.

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