Una boda o una guerra declarada (1era. Parte)
Al día siguiente
New York
Kelly
Ceder es sinónimo de debilidad en una guerra. No importa cuánto arda el campo de batalla, ni cuántas veces te tienten con promesas de tregua: torcer el brazo es invitar al enemigo a cortar la cabeza. Jamás muestres la bandera blanca. En cuanto ondea, pierdes autoridad, fuerza… el respeto. Te vuelves moldeable, como arcilla entre sus manos, lista para adoptar la forma que más le convenga a tu adversario. Más bien mantente firme, clavada como estaca en tierra seca. No cedas ni un centímetro, aunque la presión tire de la cuerda con furia. Porque si esperas lo suficiente, será del otro lado donde se rompa.
Y entonces, cuando se rompa, él sabrá. Sabrá que no tiene más salida que retroceder. Que su orgullo no vale tanto como su estrategia. Que su única opción será aceptar que ha perdido. Y ahí, en ese preciso instante, cuando el enemigo da el primer paso hacia atrás, es cuando ganas la guerra sin haber disparado una sola bala.
Yo no nací para ser moldeada, en