Una boda o una guerra declarada (2da. Parte)
El mismo día
New York
Ralph
Cuando te condenan a arrastrar a alguien… a cargar con él como si fuera un deber sagrado, una especie de maldita penitencia familiar, el alma se te pudre despacio. Cuidarlo, protegerlo, sostenerlo, cada vez que tropieza como el maldito inválido emocional que es. Eso se siente como tener un grillete atado al tobillo, una sombra indeseable que se pega a tu piel y no se va, un eco constante que te sigue a cada maldito lugar, que te recuerda que nunca serás del todo libre. Pero eso no es lo peor. No, lo nefasto e imperdonable es ser comparado con él. Medido con su vara. Confundido… asociado… como si lleváramos el mismo valor en la sangre.
Al final, aprendes…aprendes que en este mundo no hay espacio para los dos. Que, si quieres brillar, si de verdad quieres ocupar el centro, tienes que aplastar, pisotear, morder, arrancarle la piel a quien sea… aunque lleve tu apellido.
¿Cruel? Tal vez. ¿Inhumano? No importa, porque no se trata de rivalidad, sino de supervivenc