Fabiola mordía su pan, manteniendo su cabeza agachada. Algo cayó en su porridge, y parpadeando fuertemente, logró articular una respuesta forzada: —Mmm.
—¿De verdad no estás enojada? —preguntó Benedicto, agarrando sus cubiertos con fuerza.
Fabiola mordió otro pedazo del pan, secando discretamente una lágrima con su dedo: —¿Te refieres al asunto de la empresa?
—¿Por qué no me dijiste algo tan importante antes?
Benedicto apretó los cubiertos con fuerza, la emoción inundándolo, su voz temblaba: —Porque... no sabía cómo decirte.
Los ojos de Fabiola se llenaron de lágrimas nuevamente.
Ella aceleró el proceso de tragar: —Cuando dijiste que querías renunciar, ¿ya sabías que regresarías a casa para tomar las riendas del negocio familiar?—
Benedicto se quedó en silencio.
Realmente no había pensado en eso.
Su idea inicial al renunciar era poder iniciar su propio negocio y así mejorar la calidad de vida de Fabiola.
Se tocó la nariz, frunciendo el ceño.
Una mentira llevaría a muchas más.
Pero no i