El timbre del apartamento resonó en mis oídos, sacándome por completo de mi trabajo y haciéndome fruncir el ceño. Me levanté de la silla y sentí dolor en la espalda, así como sentía las piernas entumidas. ¿Por cuánto tiempo estuve trabajando? No lo recordaba, pero debía ser mucho para empezar a sentir las consecuencias de estar bastante tiempo sentado e inmóvil.
Me acerqué a la puerta y observé por la mirilla de quién se trataba. Una sonrisa apareció en mis labios en cuanto vi que se trataba de Jana y traía consigo varias bolsas.
Le abrí de inmediato y su mirada me recorrió de pies a cabeza con el ceño fruncido y una ligera mueca en los labios.
—Te ves fatal —farfulló.
—También me alegra verte, belleza —sonreí, ayudándole con las bolsas—. Adelante.
—No has respondido mis llamadas y tampoco mis mensajes —dijo, entrando al apartamento y cerré la puerta de una patada—. ¿Todo bien?
—He estado ocupado con trabajo, así que no había mirado mi teléfono.
—¿Por tantos días? Te he estado