Dorian se encogió de hombros, aún recostado en la butaca como si aquel fuera un día cualquiera en la mansión.
— Desde que te vi mostrar un talento… y luego abandonarlo sin explicación.
— La vida pasa, Dorian — respondió ella con ironía. — Pasa mucho para la gente que tiene que pagar cuentas.
Él inclinó levemente la cabeza, apoyando el codo en el brazo de la butaca.
— Pero tú tienes talento. Postura, presencia… Brillas cuando quieres. Y no hablo solo de aquella noche — añadió, con la voz más baja.
Francine sintió el corazón acelerarse.
Desvió la mirada y volvió a frotar el estante con más fuerza de la necesaria.
— ¿Estás intentando conversar conmigo ahora? ¿Vas a ofrecerme consejos de carrera?
— Quizás — sonrió él de lado. — O quizás solo esté intentando conocer mejor a la mujer que ocupa demasiado mis pensamientos.
Ella se detuvo de nuevo. Soltó una risita corta e incrédula, sin siquiera girarse.
— ¿Por qué me analizas ahora? ¿Vas a hacerme un informe después?
— No. Pero tal vez pueda