Francine subía las escaleras como quien cumple con una tarea más del día, el broche del cabello torcido, expresión levemente somnolienta, pasos apresurados.
Apenas levantó la vista… casi perdió el equilibrio.
Dorian bajaba los mismos escalones, impecable con un blazer gris oscuro, camisa blanca perfectamente abotonada en el cuello y ese perfume caro que parecía flotar en el aire a su alrededor.
La mirada de él se cruzó con la de ella y ahí estaba: la misma mirada calculada, la de alguien que ya sabía exactamente lo que venía después.
Una sonrisa lenta se dibujó en los labios de Dorian, de esas que dicen “no tienes idea de lo que te espera.”
Francine, sin embargo, se mantuvo firme.
Levantó el mentón y devolvió una mirada de total indiferencia, como si él fuera solo una planta decorativa en el vestíbulo.
Pero por dentro… una alarma sonaba a todo volumen: “estás jodida.”
Cuando lo vio salir por la puerta principal y subir al auto con el chofer, soltó el aire que ni sabía que estaba conte