''Sí, efectivamente ella está embarazada.''
En la penumbra de su elegante estudio, Edith sonrió. No era una sonrisa dulce ni alegre, sino una mueca fría, cargada de una amarga satisfacción. Sus dedos habían danzado sobre el teclado durante horas, moviendo los hilos invisibles de su red de contactos. Cada llamada discreta, cada favor cobrado en las clínicas más exclusivas, había tejido una imagen que ahora era innegable. Lauren estaba embarazada.
La noticia, confirmada con la frialdad de un informe médico, era como un veneno dulce que se extendía por sus venas.
Con un grito ahogado, se levantó de su silla con una violencia sorprendente. Sus manos se aferraron al borde del pesado escritorio de caoba, sus nudillos poniéndose blancos por la fuerza. En un arrebato de furia ciega, lo empujó con todas sus fuerzas. El mueble macizo se tambaleó, raspó el suelo con un estruendo sordo y finalmente cayó con un golpe seco, esparciendo papeles y objetos por toda la habitación.
— ¡Eso no era lo que tenía que pasar! ¡Él tenía que haberse enamorado perdidamente de mí!
adeando, con el pecho agitado y los ojos inyectados en sangre, Edith observó el caos a su alrededor. El escritorio volcado, los papeles esparcidos, los restos brillantes del cenicero... era un reflejo imperfecto del torbellino de emociones que la consumían.
— ¡¿Por qué?! ME ESFORCÉ TANTO EN AGRADARLE A TODOS....¡¿Por qué terminó de este modo...?!
Se mira en el espejo, su cabello enmarañado casi sobre su rostro, el maquillaje corrido y su respiración fuerte, no sevía diferente de una bestia salvaje, por primera vez Edith ya no quiso verse en el espejo
(***)
Lauren intentaba mantener la compostura, aferrándose a la ilusión de que podría manejarlo. Se repetía una y otra vez que muchas mujeres pasaban por esto, que era una etapa y que pronto se sentiría mejor.
Pero Los mareos la asaltaban en los momentos más inoportunos: al levantarse de la cama, al subir las escaleras, incluso al girar la cabeza demasiado rápido. El mundo a su alrededor se volvía borroso y vacilante, obligándola a aferrarse a cualquier superficie sólida para no perder el equilibrio. Las náuseas, sin embargo, eran la tortura silenciosa que la acompañaba durante todo el día. Oleadas repentinas e intensas la obligaban a tragar saliva y respirar hondo, luchando por mantener a raya el vómito que amenazaba con subir en cualquier instante.
Pero lo más insoportable, la gota que colmaba el vaso de su resistencia, era el perfume de Ezra. Su fragancia habitual, una mezcla sofisticada y masculina que antes encontraba sutilmente atractiva, ahora era un asalto olfativo insoportable. Cada vez que él se acercaba, cada vez que una brisa traía consigo su aroma inconfundible, una oleada de náuseas la golpeaba con fuerza renovada.
La cercanía de Ezra, que en otro tiempo hubiera significado una punzada de emoción, ahora era una tortura silenciosa que la hacía anhelar la soledad y el aire fresco más que a nada en el mundo.
De manera incosnciente había terminado alejándolo.
La puerta se abrió con un golpe seco, y Ezra entró en la habitación con la tensión palpable en cada línea de su cuerpo. Su rostro, habitualmente sereno y profesional, estaba ahora marcado por el enfado, sus ojos oscuros centrándose en Lauren con una intensidad casi hiriente.
— Me alegra que seas una beta, Lauren,— espetó, su voz cargada de un sarcasmo frío y cortante.
Las palabras de Ezra la alcanzaron como un golpe seco en el pecho. Una punzada de culpa la atravesó, aguda y dolorosa. La verdad, el secreto que guardaba con tanto recelo, pesaba ahora más que nunca.
Lauren se irguió, enmascarando su turbulencia interna con una fachada de seriedad e incluso enfado. Necesitaba desviar la atención, proteger su secreto a toda costa.
— ¿Y qué se supone que significa eso, Ezra? — replicó, su tono firme y ligeramente elevado. — Estoy trabajando tan duro como cualquiera aquí, independientemente de mi... betaísmo.— Intentó sonar ofendida, molesta por la implicación de su comentario.
Pero la verdad era que su estómago se revolvía con violencia ante la cercanía de Ezra. Su perfume, ahora insoportable, la envolvía en una nube nauseabunda. Sin poder evitarlo, dio un paso hacia atrás, alejándose sutilmente de él. Necesitaba espacio, aire limpio, cualquier cosa que mitigara la opresión que sentía.
Su movimiento no pasó desapercibido para Ezra, quien entrecerró los ojos, su enojo inicial pareciendo confundirse con una nueva punzada de suspicacia.
— ¿Qué te pasa? — preguntó, su voz ahora más baja, escrutadora. — Te noto extraña desde hace días.
Lauren mantuvo su compostura, aunque por dentro luchaba contra las arcadas que amenazaban con traicionarla.
—Estoy bien,— ella mintió con firmeza, evitando su mirada. — Solo estoy cansada. Y tu perfume... hoy es particularmente fuerte.
Se encogió de hombros con un gesto forzado, esperando que esa excusa superficial fuera suficiente para disipar sus sospechas.
La mirada de Ezra se había suavizado ligeramente al escuchar la excusa de Lauren sobre su cansancio y el perfume. Una pregunta fugaz cruzó su mente, una idea tan descabellada que la desechó de inmediato. ¿Podría ser que...? No, tonterías. Se reprendió mentalmente. Lauren era beta, y esa clase de pensamientos eran absurdos.
"Olvídalo," murmuró, sacudiendo levemente la cabeza como para espantar esa idea ridícula. Luego, sus ojos se posaron nuevamente en ella, notando quizás por primera vez el ligero palidez de su rostro y el brillo inusual de sus ojos.
Dio un paso más cerca, un gesto instintivo de preocupación.
— Hueles bien, — comentó suavemente, una calidez inesperada en su voz. —¿Cambiaste de champú? Tiene un aroma... diferente, dulce.
Su cercanía hizo que el corazón de Lauren diera un vuelco, pero no de la manera que solía hacerlo. Ahora era una mezcla de anhelo y una punzante necesidad de alejarse.
La culpa la invadió al instante. Lo había visto salir esta mañana, tenso y preocupado por el trabajo, y ella, consumida por sus propias dolencias matutinas, apenas le había dedicado una mirada. Él siempre había sido tan atento, tan protector... y ella lo estaba dejando enfrentar la presión solo.
Sin embargo, el miedo era más fuerte que la culpa. El temor al rechazo, a la decepción en sus ojos al descubrir que era omega y que llevaba a su cachorro, la paralizaba. No estaba lista para esa conversación, no ahora, cuando se sentía tan vulnerable y enferma.
Con un movimiento brusco, casi instintivo, Lauren se apartó de él. Su rostro se endureció, intentando borrar cualquier rastro de la turbulencia emocional que la embargaba.
— No. — respondió fríamente, su voz más cortante de lo que pretendía. —No cambié nada. Por favor, Ezra, tengo mucho trabajo.
Su tono no dejaba lugar a la réplica, creando una barrera invisible entre ellos.
Ezra parpadeó, desconcertado por su repentino cambio de actitud.
— Bien, entonces te espero donde acordamos. No llegues tarde, necesitamos ese proyecto para seguir con los planes.
Lauren asiente, frotándose las sienes, solo se permite respirar de alivio cuando Ezra sale de la habitación, como si hubiera contenido el aliento hasta entonces.
«Lo siento, Ezra... Prometo compensarte luego...» Se lamentó mentalmente, saliendo de la oficina para seguirlo en un vehículo separado.
Estaba a punto de alcanzar la manija de su auto, su santuario momentáneo, cuando una voz, cargada de una venenosidad dulce y familiar, la inmovilizó como una descarga eléctrica.
—Oh, Lauren... —dijo Edith, surgiendo de la penumbra como una aparición espectral, su figura esbelta recortada contra la luz del estacionamiento—. Qué... encantador encuentro. Justo cuando te disponías a escabullirte.
Lauren se giró sobre sus talones, el corazón latiéndole con una fuerza que la mareó. La presencia de Edith siempre había sembrado una inquietud profunda en su interior, una sensación de ser observada, juzgada. Pero ahora, había algo diferente en la intensidad de su mirada, una certeza oscura que helaba la sangre.
—Edith —logró articular, su voz apenas un hilo en el aire—. ¿Qué haces aquí? ¿Me estabas... esperando?
La sonrisa de Edith se extendió lentamente por su rostro, una mueca cruel que no alcanzaba sus ojos fríos y penetrantes. Se acercó un paso, invadiendo el espacio personal de Lauren, y su voz, aunque un susurro sedoso, resonó con una autoridad escalofriante.
—Esperar... es una palabra tan... pasiva, querida Lauren. Digamos que estaba... recopilando información. Y debo decir que mis fuentes, como siempre, son impecables. Me preguntaba... ¿cómo estás llevando... la pequeña sorpresa que florece en tu interior?
El aliento se atascó en la garganta de Lauren. El mundo a su alrededor pareció detenerse, el sonido del tráfico distante desvaneciéndose en un zumbido lejano. Sus ojos se abrieron con horror, reflejando la comprensión súbita y devastadora de que su secreto, el tesoro que había guardado con tanto celo, había sido descubierto.
—¿De... de qué estás hablando? —balbuceó, negándose instintivamente a creer lo que sus oídos habían escuchado. Su cuerpo temblaba ligeramente, la negación luchando contra la certeza aterradora.
Edith soltó una risita suave, carente de toda calidez. Se inclinó un poco más cerca, su aliento helado rozando la oreja de Lauren.
—Oh, vamos, Lauren. No finjas demencia. Es bastante obvio, ¿sabes? Los repentinos malestares, esa palidez constante... y ese aroma... —hizo una pausa dramática, sus ojos clavándose en el vientre de Lauren como si pudieran ver a través de su ropa—. Un aroma inconfundible para alguien con mi... sensibilidad. Un aroma dulce, ligeramente punzante... el inconfundible susurro de un omega en las primeras semanas de... su estado. Y no necesito ser una genio para saber quién ha plantado esa semilla, ¿verdad? Después de todo, Ezra siempre ha tenido una debilidad por lo... raro y lo... prohibido.
Cada palabra resonó en su mente, confirmando sus peores temores. La máscara de serenidad se hizo añicos, dejando al descubierto una mezcla de shock, terror y una furia que nunca antes había sentido.
¿Cómo se había enterado Edith?