Sentía la yema de sus dedos recorrerme la espalda, lentos, distraídos, como si dibujara sobre mí algo que solo él podía ver. La habitación estaba en penumbra, envuelta por ese silencio que llega después de una tormenta, cuando todo parece en calma… pero por dentro aún se siente el temblor.
Tenía los ojos abiertos, mirando hacia la pared, pero mi mente seguía lejos, anclada en el viñedo, en las palabras de Samuel, en la carta de mamá. Todo se arremolinaba dentro de mí, sin orden, sin sentido. Frank Clark. Elliot. Mi madre. Cada nombre era una herida distinta, un pedazo de una historia que no sabía cómo encajar.
Richard seguía detrás de mí, despierto, su respiración rozándome la nuca. No decía nada, y agradecí eso. Solo me acariciaba la espalda, con esa paciencia suya que parecía entender incluso lo que yo no decía.
Pensé en Elliot. En su mirada de antes, cuando éramos niños y me seguía por todos lados con una sonrisa. Y en la última vez que supe de él, en la oscuridad, sin siquiera pod