Pov. Valentina
Mis encuentros con Fernando eran como siempre: pasionales, desbordantes, ardientes, llenos de lujuria, de deseos contenidos, de hambre por nosotros. Cada acto era mejor que el anterior. Nos llevábamos al límite para saciarnos con orgasmos intensos que nos dejaban temblando, con el corazón a punto de salirse del pecho, jadeantes…
Y, pese a lo que muchos pensarían, no nos dejaban agotados, sino con más ganas. Ganas de seguir devorándonos, de seguir saciándonos, de volver a tocarnos, de fundirnos y sentirnos uno. Que nuestros cuerpos palpitaban por el simple contacto con el otro.
Llegamos a conocernos tan bien que no necesitábamos emitir palabras: nuestros cuerpos lo decían todo.
Pero algo me inquietaba…
Era una incertidumbre que iba creciendo en cada encuentro, en cada tacto, en cada beso, en cada orgasmo. Lo sentía a él… a Dominic. Lo deseaba a él. Anhelaba que fueran sus brazos, sus besos, su piel. Y sé que suena a locura, pero más allá de quererlo, lo sentía. Sentía qu