La noche cayó sobre Sicilia con la misma elegancia con la que Isabella se quitó los pendientes frente al espejo de su habitación. El reflejo le devolvía una imagen imperturbable, pero dentro de ella, una tormenta crepitaba en silencio. Salvatore había dejado un eco en su mente, uno que no podía ignorar.Francesco se acercó con una toalla colgada de su cuello y una copa de whisky en la mano. Se detuvo en el umbral, observándola en silencio.—Aún lo piensas —dijo al fin.—No me gusta cuando deja cosas a medias —respondió Isabella, girándose hacia él.Francesco se acercó, dejando la copa sobre la mesa de noche. Se inclinó, apoyando las manos en los brazos del sillón donde ella estaba sentada.—Salvatore juega un juego peligroso. Pero hoy… —hizo una pausa, meditando sus palabras—. Hoy se mostró vulnerable. Y eso, Isabella, es más peligroso que su frialdad habitual.Ella asintió, consciente de lo que significaba. La debilidad en un mundo como el suyo era una invitación al ataque.—Más temp
El sol agonizante del día presagiaba problemas, como si el propio horizonte sangrara sobre Sicilia. La obra en construcción, un esqueleto de acero y hormigón, se alzaba entre polvo y escombros, con el viento silbando entre las vigas como un presagio. El aire olía a tierra mojada y metal oxidado, mezclado con el aroma acre de la tensión que envolvía a los presentes.Salvatore y Antonio llegaron con paso firme, sus botas resonando sobre las tablas del suelo provisional. Pero al ver a Alessa, con su labio partido e inflamado y el niño en brazos, el ambiente se electrizó. Su piel de porcelana palidecía alrededor del morado que adornaba su boca, y sus ojos, normalmente llenos de fuego, brillaban ahora con dolor y confusión.—Isa, lo siento, casi se llevan al niño— murmuró Alessa, tratando de calmar la tormenta que se avecinaba.Pero ya era demasiado tarde.Isabella, como un relámpago, se abalanzó sobre Salvatore. El sonido de la bofetada resonó como un disparo en el silencio repentino. Sal
Tramonto Ibleo Resort, Sicilia El amanecer llegó con el aroma a café recién hecho y croissants dorados que inundaban la suite presidencial donde la familia Moretti-Rossi desayunaba. Isabella, con su batín de seda negra y el cabello recogido en un desorden estudiado, cortaba un trozo de fruta con elegancia mientras Francesco daba una mordida al croissant. Alessa, aún con el labio hinchado, mecía al pequeño Marco en brazos, y Leonardo no dejaba de mirarla con una mezcla de furia y preocupación.De pronto, el televisor encendió con un breaking news que hizo que todos alzaran la vista.— ¡Escándalo en Sicilia! Un cuerpo ha sido encontrado crucificado en la plaza central, con un mensaje grabado a fuego en el pecho. “Esto es solo el comienzo”. Las autoridades lo vinculan con los actos cometidos por la mafia Siciliana.La pantalla mostraba imágenes censuradas del cadáver: brazos extendidos como un mártir, garganta abierta de oreja a oreja, y esa frase siniestra que brillaba bajo el sol matu
La mañana sin duda alguna había comenzado como un huracán que amenazaba con acabar con todo a su paso, los Lombardi eran ejemplo de ellos y mientras las horas avanzaban ese huracán cambiaba con rapidez en dirección hacia el complot y la traición, en la mansión Lombardi, Rebeca se encontraba en la sala admirando un nuevo y costoso collar.—Vaya, sin duda alguna, cuando el gato no está los ratones hacen fiesta, veo que te das la gran vida a expensas de Salvatore. Dijo Roger.—Desde cuando un simple peón llama al señor de la casa por su nombre. —respondió ella despectivamente.—Desde que el peón descubrió que el señor anda perdiendo el toque, descubrió que tiene corazón. Me cansé de recibir órdenes, imagino que tú debes estar cansada de ser un florero y ser humillada cada vez que el señor lo desea, o ¿me equivoco? Y si es así, tengo algo que proponer.Rebeca asintió y le señaló el camino hacia la biblioteca privada. Con las cortinas cerradas y una botella de vino tinto entre ellos, comen
El aire en el almacén abandonado olía a salmuera rancia, a hierro oxidado y muerte. Cada respiración era una agresión al estómago. Las vigas del techo crujían como huesos viejos, húmedos y enfermos. El sonido reverberaba como un susurro de advertencia.Alessa estaba allí, con las muñecas cubiertas de sangre seca y piel quemada por las cuerdas. Su cuerpo se mecía con cada espasmo involuntario, y la droga que Roger le había inyectado le nublaba la visión como si viera a través de un espejo empañado. Su aliento era irregular. El sudor empapaba su ropa, enfriándola hasta hacerla temblar por el contraste entre fiebre y frío.—Pobrecita… —murmuró Roger, arrastrando una hoja helada sobre su clavícula. Como seda al contacto de un bisturí, dejando un hilo rojo que brilló bajo la tenue luz de la bombilla colgante. — ¿Sabes qué es lo más gracioso? —sonrió torcidamente—. Salvatore siempre llega tarde para lo que importa, pero nunca falta a su cita con la venganza.Un clic metálico quebró el silen
La noche caía como un manto de terciopelo negro en alguna parte de Sicilia. El cielo estaba cubierto de nubes densas, y la luna se ocultaba tras ellas como si tuviera miedo de presenciar lo que estaba por ocurrir. Rebeca observaba las fotos del beso, tomadas por un cómplice antes de morir. El corazón le golpeaba el pecho con furia, como un tambor desbocado. Encendió un cigarrillo con manos temblorosas por la ira. Tomó una de las fotos y hundió el cigarrillo encendido justo sobre el rostro de Alessandra, dejando una marca de ceniza y rencor.Clavó su mirada en la poca luz que se filtraba por la ventana; parecía que incluso el sol se negaba a entrar en esa habitación cargada de tensión. Sacó el celular de su abrigo y marcó un número. —Ven a buscar el sobre —ordenó con voz cortante—. Quiero que lo entreguen en la obra. Que sea lo primero que vea Leonardo. Otra cosa… ¿Hablaste con la mujer? ¿Le entregaste el collar y la nota? El hombre al otro lado de la línea respondió: —Está
Rebeca observaba desde el interior de un auto oscuro estacionado a unos metros del hotel. Las luces rojas y azules de la ambulancia parpadeaban en su rostro, dibujando sombras que acentuaban su mirada fría y calculadora. El reflejo del cristal le devolvía la imagen de una mujer que lo había perdido todo... menos el veneno.—No funcionó —masculló, viendo cómo subían a Salvatore, vivo, aunque ensangrentado.Apretó los dientes con fuerza, mientras sus uñas se clavaban en la tapicería del asiento.—Pero si no muere hoy… seguiré intentándolo. Voy a destruirlos. A los tres. —Su sonrisa se retorció en una mueca de odio—. Alessa pagará por cada sonrisa, por cada mirada. Por cada vez que fue amada.La rabia brilló en sus ojos como una chispa venenosa. Su plan de que se mataran entre ellos había fallado… pero su guerra apenas comenzaba.Al otro lado, Thiago corrió hacia el auto, se lanzó al asiento del conductor. Sus manos temblorosas, manchadas de sangre, apenas podían controlar el volante mie
Antonio se mantenía de pie, como una estatua, frente a la puerta del quirófano. Los minutos se arrastraban como siglos. A su lado, Thiago no dejaba de mirar el reloj, mientras Charly intentaba mantener la calma por Alessa, que seguía en silencio, aferrada al collar con los ojos perdidos.Cuando finalmente se abrió la puerta, todos se incorporaron al instante. El doctor apareció con el rostro cansado; el gorro quirúrgico le caía un poco sobre la frente. Se quitó la mascarilla con lentitud, como si cada segundo arrastrara consigo el peso de una decisión irreversible.—Está fuera de peligro —anunció al fin.El aire volvió a los pulmones de todos de golpe. Antonio se aferró al respaldo de una silla, como si su cuerpo por fin aceptara el cansancio. Thiago soltó un suspiro que llevaba horas conteniendo.—La bala estuvo a milímetros del corazón. Fue una cirugía complicada, pero respondió bien —continuó el médico—. Ahora necesita reposo absoluto. Nada de estrés ni visitas prolongadas. Lo mant