Hay silencios que se sienten como puñales, otros como mantas frías sobre el alma.
Y están los silencios que pesan más que las palabras, porque lo que no se dice… termina gritando en los actos.
Nuevo día en Sicilia…
Leonardo estaba reunido con Charly y dos proveedores en la terraza del resort. Hacía calor, el cielo estaba despejado, pero su paciencia se nublaba cada vez más. Llevaban más de una hora discutiendo detalles técnicos del sistema de refrigeración para los salones, pero él apenas escuchaba. Su teléfono vibró sobre la mesa.
Número desconocido. El mensaje decía:
“Te siguen viendo la cara de idiota. No todo es lo que parece. Tu esposa y Salvatore sí que saben divertirse.”
Leonardo sintió cómo se le helaba la sangre… y al mismo tiempo, cómo algo en su interior comenzaba a hervir.
Releyó el mensaje. Otra vez. Y otra. Como si el texto pudiera cambiar.
— ¿Leonardo? —preguntó uno de los hombres— ¿Le parece bien el modelo que sugerimos?
Leonardo no respondió. Su mandíbula estaba tensa