La búsqueda se había prolongado hasta la madrugada, era frustrante, hasta ahora no encontraban respuesta alguna; Francesco, al ver a sus hombres alineados, dio un paso adelante. La tensión en su cuerpo era palpable, mostraba una agresividad que no había mostrado jamás; cada uno de sus músculos tensados reflejaba la ira que hervía en su interior. El sonido de su voz, baja, pero peligrosa, cortó el aire.
En las calles de Calabria, la gente sabía cuándo era el momento de mantener la boca cerrada y desaparecer.
— Es evidente que muchos saben más de lo que admiten, presionen más, hagan que conozcan el terror de primera mano. Me han quitado lo que más amo. Arranquen de sus manos lo que ellos más aman, no me importan las consecuencias. ¡Querían al malo, pues, ahora lo tendrán! —dijo, su tono frío y feroz, como el filo de un cuchillo recién afilado.
El eco de sus palabras resonó en las calles vacías. La furia era evidente, pero había algo más: la sensación de que había cruzado un punto sin re