La noche había caído sobre la cabaña con un silencio espeso, cargado de decisiones que ya no podían postergarse. Alexander Varnell había dejado el contrato millonario de Eleanor sobre la mesa durante semanas. Intacto. Como un cadáver exquisito de papel y tinta que prometía dinero, prestigio, pero también olvido. Olvido de Luciana. De Nemesia. De Elena. De todo lo que había construido con palabras que le costaron el alma.
Esa noche, sin más preámbulo, lo tomó entre sus manos. Lo leyó una vez más, sin detenerse, como si quisiera dejar que cada línea le escociera la piel. Al llegar a la última página, tomó la pluma.
Y firmó.
Pero no el contrato.
Firmó la portada de un cuaderno nuevo, con una sola frase:
“Mi historia no está a la venta.”
Luego arrojó el contrato al fuego. Las llamas lo devoraron con rapidez, como si supieran que jamás había tenido valor.
⸻
Horas después, Alexander abordaba un tren rumbo al norte. Nadie sabía a dónde iba. Ni siquiera él lo tenía claro del todo. Solo sabía