El cielo comenzaba a cubrirse de tonos anaranjados mientras el sol se escondía lentamente detrás del horizonte. Alexander permanecía en silencio, contemplando la carretera vacía desde la ventana del refugio provisional al que habían acudido tras la confrontación con Eleanor. Su mente era un caos controlado, repasando una y otra vez las palabras que había pronunciado con tanta seguridad frente a la mujer que, alguna vez, había dirigido cada paso de su carrera.
Luciana lo observaba desde el sofá, mordiéndose ligeramente el labio inferior. Había notado el cambio en él desde que enfrentó a Eleanor. No se había quebrado, no había mostrado debilidad alguna frente a su antigua editora, pero Luciana sabía que Alexander no era tan invulnerable como aparentaba. Sabía que debajo de ese rostro frío y aparentemente indiferente, había heridas que aún sangraban.
—Deja de mirarme así— dijo él sin girarse hacia ella, rompiendo el pesado silencio que se había instaurado entre ambos.
Luciana arqueó una