El silencio en el almacén era espeso, como una tormenta a punto de desatarse. Luciana observaba a Alexander con el corazón latiendo con fuerza.
Gabriel había dejado caer la verdad como una bomba: había una red de poder controlando la industria editorial, una que no permitía que los autores independientes tuvieran éxito sin pagar un alto precio.
Y Alexander había sido una de sus víctimas.
Le robaron su historia. Le robaron su confianza. Y durante años, le robaron su voz.
Luciana lo vio cerrar los puños con fuerza, su respiración agitada. Era la primera vez que lo veía realmente enojado.
—¿Y esperas que simplemente acepte esto? —gruñó Alexander, fulminando a Gabriel con la mirada.
Gabriel se encogió de hombros.
—Esperaba que estuvieras listo para hacer algo al respecto.
Alexander soltó una carcajada amarga.
—¿Y qué demonios se supone que haga? ¿Escribir sobre ello? ¿Reclamar lo que es mío? ¿Enfrentarme a un grupo de personas con suficiente poder para borrar mi existencia?
Luciana sintió