Aitana sintió cómo el agarre de Sokolov en su brazo se aflojaba apenas. Fue todo lo que necesitó.
Sin pensarlo, giró sobre sus propios talones y con un movimiento rápido, clavó su rodilla en la entrepierna del mafioso.
Sokolov gruñó de dolor, soltándola al instante.
—¡Corre! —gritó Iván, disparando una bala que impactó en la pared, obligando a su padre a retroceder.
Aitana no dudó. Se lanzó hacia la puerta, sintiendo cómo Iván la tomaba de la mano y la jalaba con fuerza.
El club estaba en caos. Gritos, disparos, cuerpos corriendo en todas direcciones. Los hombres de Sokolov intentaban restaurar el orden, pero la confusión jugaba a su favor.
Iván la guió por un pasillo estrecho, derribando con un disparo la cerradura de una puerta trasera.
—¡Por aquí! —jadeó, tirando de ella.
El aire nocturno golpeó su piel cuando salieron a un callejón oscuro, el eco de los disparos aún resonando en sus oídos.
—¡Al coche! —gritó Iván.
Aitana corrió lo más rápido que pudo, sintiendo la adrenalina quema