GraceEsa noche – RomaEl auto negro, un elegante sedán con vidrios polarizados, se detuvo con suavidad frente al Hotel de Russie. No era un hotel cualquiera; era uno de los lugares más exclusivos de Roma, un faro de lujo y discreción a solo unos pasos de la bulliciosa Piazza del Popolo. Desde el momento en que uno ponía un pie en el vestíbulo, decorado con una elegancia clásica que evocaba otra época, hasta el tranquilo jardín interior salpicado de luces suaves y estratégicamente ubicadas, todo parecía sacado de un sueño. O quizás, de una película romántica que solo podías realmente ver, sentir y comprender si te atrevías a vivirla en carne propia, si te permitías sumergirte en su atmósfera irreal.Nuestra suite estaba ubicada en el último piso del hotel, una ubicación privilegiada que ofrecía privacidad y vistas incomparables. Una vista panorámica de toda Roma se desplegaba majestuosamente más allá de las ventanas abiertas de par en par. Las cortinas de seda, ligeras y vaporosas, se
EdwardEl portón de hierro forjado se abrió lentamente, revelando el largo camino de grava blanca que llevaba a la casona principal. Cada piedra parecía contar una historia, susurrando secretos del pasado, mientras las bugambilias trepaban por las paredes de piedra, como si nunca se hubieran detenido en el tiempo. Respiré hondo, aferrando el volante del jeep, sintiendo cómo algo en mi pecho se aflojaba al ver el hogar de mi infancia. Era un lugar que había dejado una huella indeleble en mi alma.Grace, sentada a mi lado, observaba el paisaje con una leve sonrisa, sus ojos brillando con una mezcla de nostalgia y esperanza. Había estado aquí antes… pero nada era igual. El paisaje que alguna vez fue nuestro refugio se había transformado en un recordatorio de todo lo que habíamos vivido y perdido.—Se siente como volver a casa —murmuró, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros.La miré de reojo, admirando esa luz en sus ojos, a pesar del yeso que envolvía su brazo, a pe
GraceCastellina in Chianti, Casa Familia LangfordNunca en mi vida había pisado una bodega de tal calibre. No se trataba de una simple nave industrial con tanques de acero. Esto era algo más, algo palpable. El aire se espesaba alrededor, cargado de un peso invisible, como si cada rincón susurrara historias de antaño. Se podía casi tocar el tiempo, sentir las décadas sedimentadas en el ambiente. El aroma era una sinfonía compleja: la humedad profunda de la tierra fértil, el olor a madera antigua, curada por los años y el vino, y algo más... algo indefinible, sutil y persistente, una nota esquiva que no lograba identificar con precisión, pero que me llenaba el pecho de una forma extraña, una sensación casi incómoda, mezcla de respeto y anticipación. Era el tipo de lugar donde uno se sentía observado, no por ojos humanos y curiosos, sino por las memorias silenciosas que aún vivían, respiraban y se aferraban a las piedras centenarias, a las paredes gruesas que habían presenciado generaci
GraceNo sé en qué momento pasamos de una copa… a tres, o cinco, quizás seis.La sala de cata estaba tibia, cómoda, casi como una trampa suave. Stefano tenía ese tipo de voz que acompaña bien el vino: pausada, grave, con una risa fácil que se colaba entre sus palabras como si fuéramos viejos amigos. Yo solo quería probar, ser educada… pero el Gran Langford Reserva tenía esa maldita cualidad de no saber a alcohol, sino a terciopelo con memoria.—Esto es peligroso —le dije, alzando la copa vacía—. ¿Estás seguro que esto no es jugo bendecido por los dioses?Stefano se rio con ganas.—Te lo advertí. Aquí el vino no es bebida, es compañía.Me reí también. La tercera copa me hizo cosquillas en las mejillas, y caminamos entre las barricas como si el suelo flotara un poco. Cuando salimos de la bodega, el sol comenzaba a caer y todo el paisaje estaba teñido de un dorado suave que hacía que el mundo se viera más bonito de lo que seguramente era.—¿Estás bien? —me preguntó él mientras abría la p
EdwardNew York, Estados Unidos.La imponente ciudad se extendía debajo, un laberinto de acero y cristal que en aquel momento, paradójicamente, se sentía lejano y ajeno.El café estaba frío, terriblemente frío. Un brebaje amargo y desprovisto de cualquier cualidad reconfortante. Había pasado tanto, tantísimo tiempo desde el momento en que lo había pedido con alguna esperanza de obtener un estímulo, que la espuma, que en su momento quizás había dibujado un efímero diseño, hacía mucho que se había desvanecido. Ahora la taza era solo un recordatorio, tangible y poco grato, de que mi cuerpo imploraba descanso, un sueño reparador y profundo, en lugar de una nueva dosis de cafeína que solo prolongaría la agonía.Apoyé los codos sobre la pulida mesa de la sala de juntas, sintiendo la frialdad del mármol traspasar la tela de mi camisa. La vista panorámica de Manhattan, usualmente inspiradora, se percibía al fondo como una imagen difusa y borrosa, casi como un reflejo distorsionado en un vidri
GraceLlevaba una semana completa sumergida entre libros, apuntes digitales y reuniones virtuales. A pesar de estar en una de las zonas más bellas de Italia, apenas había salido del estudio que Lorenza me había asignado en el ala norte de la casa Langford. Cada vez que levantaba la vista de la pantalla, me encontraba con la magnífica vista a los viñedos que se extendían ante mis ojos, un vasto océano de verde brillante y dorado que, en esos momentos, parecía susurrarme, que respirar también era importante. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, mezclándose con el dulzor de la brisa que entraba por la ventana abierta, recordándome que, aunque el trabajo era intenso, debía recordar disfrutar de la experiencia.Una videollamada entrante sacudió mi concentración. Era mi madre. Su rostro apareció en la pantalla, iluminado por la luz suave de su cocina, un rincón donde siempre se sentía el calor del hogar.—¡Hola, madre! —dije, sonriendo al verla, ya estaba sintiéndome menos inquie
GraceLa pantalla de mi portátil se fragmentó en una mosaico de pequeños recuadros, cada uno mostrando a un alumno distinto, dispersos por todo el globo terráqueo, pero unidos digitalmente para nuestra clase virtual del máster. Era la rutina de cada mañana. Me preparé, como siempre, con mi taza de café humeante, colocándola estratégicamente a mi lado junto a mi fiel libreta de notas, lista para apuntar las ideas importantes. Aguardaba expectante la aparición en pantalla de nuestro profesor habitual, aquel hombre afable, un tanto despistado y entrañable, que solía impartir sus lecciones desde su estudio abarrotado de libros y con el encanto de un erudito distraído. Pero en su lugar, para mi sorpresa y la de muchos, surgió un rostro completamente desconocido.—Buenos días, alumnos. Soy el profesor Liam Gallagher, y a partir de hoy seré el responsable de impartir este módulo. —Su tono era firme pero cordial. Su acento británico, sazonado con un leve matiz americano que lo hacía particula
EdwardLa imponente vista de Nueva York se extendía frente a mí, un mar de luces y acero que se recortaba contra el cielo nocturno. Estaba sentado en un restaurante de alta categoría, uno de esos lugares donde los acuerdos multimillonarios se concretan con una copa de vino en la mano y miradas que sopesan cada movimiento. La verdad es que no estaba allí por placer. Una tensión palpable me atenazaba el estómago, y no precisamente por la exquisita comida que tenía frente a mí. Era el caos que se había desatado alrededor de TechNova Solutions lo que me tenía al borde del abismo. La acusación de plagio contra nuestro innovador software me mantenía en un estado de constante ansiedad. Ya habíamos perdido a dos clientes importantes, y los rumores se propagaban a la velocidad de un incendio forestal, consumiendo nuestra reputación a su paso.En ese momento, Fiona McAllister hizo su entrada, impecablemente puntual. Era una mujer impactante, como siempre: su cabello pelirrojo recogido en un ele