Three

Sarah Brown

Notaba algo blando debajo de mi cuerpo, estaba tan cómoda y calentita. No deseaba abrir los ojos, no quería salir de aquí. Todo estaba en silencio, no había ningún ruido. Lo único que escuchaba, era el silbido del viento golpear contra la ventana.

Pero algo me hizo borrar todo de la cabeza, recordé lo que me había pasado ayer o antes de ayer, no lo sé con seguridad. Pero abrí los ojos de golpe y me incorpore, escaneé la habitación con muchos detalles. Era grande, elegante y olía a lavanda. Pero seguía observando todo, con lujos de detalles.

Hasta que mis ojos captaron la figura de un hombre, sentando en una esquina de la habitación.

Era de pelo castaño, con barba, sus ojos marrones y penetrantes. Su nariz puntiaguda y su mandíbula cuadrada, perfecta para su rostro. Sus labios era finos, pero algo gordos.

Tenía un traje negro, tenía muchos anillos y pulseras.

Me miraba fijamente, me sentía pequeña tras su mirada fría y sería. Tenía miedo, miedo de lo que iba  hacer conmigo.

—¿Quién eres? ¿Qué hago aquí? ¿Y mi amiga? — pregunté sacando la voz de mi alma, aunque moría de miedo.

—Bueno, lo importante que ya despertartes. — su voz era ronca y varonil. —Y estás aquí, por culpa de tu padre, bella dama.

—¿De qué conoces a mi padre? — pregunté, queriendo saber más.

—Tu padre es de esas personas, a las que tienes que pisar como una cucaracha. — tragué saliva. —Mató a mi esposa y quiero verle suplicar.

—¿Me... Me matarás? — tartamudeé.

—No. ¿Qué sentido tendría matarte?  Si lo que más quiero, es tener a tu padre en mis manos. — se levantó del sofá. —Eres mi moneda de cambio, bella dama.

—Jamás te diré dónde esta mi padre. — exclamé sacando el valor.

—No te preocupes, él mismo se acercará. — sonrió de lado. —Él mismo dará su ubicación.

—¿Quién eres realmente? — limpié mis lágrimas.

—Bueno, eso es fácil de responder. ¿Has oído hablar de la Bratva? — asentí. —Pues yo soy el líder que la lleva y tú, mi querida Sarah, eres mi rehén.

Cuando escuché eso último, me asusté. Mi corazón literalmente, se congeló. ¿Era su rehén? ¿Mi padre realmente mató a su mujer? No, eso era imposible, mi padre era un gran hombre y muy noble. Era imposible, él tenía que estar equivocado, mi padre era bueno. No, no me lo creo.

—Mi padre es un buen hombre, estás equivocado. — dije mirándole.—Él jamás haría daño a nadie.

—La que está equivocada ere tú, cardíaca. — ¿Cardíaca? Poco hombre, sinvergüenza. —Tu padre se metió con una mujer, es un poco hombre.

—Poco hombre eres tú, porque estás haciendo lo mismo. — no sé de dónde saco el valor para enfrentarlo, pero cuando me llamó así, saqué mi carácter. —Ademas, conozco a mi padre. Se desvive por su familia y no sería capaz de tocar a una mujer.

—No me hagas reír, si es tan dedicado a la familia. ¿Por qué nunca pagó tu trasplante? — si él supiera.

—Eso no te incumbe, pero te dire esto... Yo me negué. — le vi arrugar su ceño, sorprendido.

—¿Te negaste a operarte? — se rió con malicia. —Hay que ser tonta.

—No, tonta no. Realista, sicópata. — vaya, acabo de sacarle un apodo. —Por cierto, ¿Donde esta mi amiga?

—Tu amiga está de regreso a Nueva York. — me sorprendi al escuchar eso, estoy sola con este sicópata. —Ella no me sirve, tú si. — fue hacia la puerta y la abrió, pero antes de irse, se giró de nuevo. —En esa mesita, tienes tus medicamentos. — dijo eso y se fue.

En parte me puedo quedar tranquila, cuando Catalina llegué a Nueva York, mi familia llamará a la policía. Ese sicópata, entrará en prisión y yo, podré irme con mi familia. Ese hombre, está loco de remate.

Entiendo que perdió a su mujer, pero echar la culpa a otra persona. Vive en un mundo lleno de mafia, asesinatos y peligros. ¿Por qué echar la culpa a alguien que no estaba en ese mundo? Puede que haya sido gente de ese mundillo, de ese mismo círculo.

Mi padre es el mejor hombre del mundo, cariñoso, atento y con buen corazón. Estoy segura que ese sicópata, se equivoca.

Miré donde estaban mis medicinas y todas estaban en la bolsa donde yo las tenía, las cogí y fui hacia la ventana. Tengo que salir de aquí como sea.

Cuando me asomé, me sujeté con la barandilla. Era imposible saltar, había una gran altura. No para matarte, pero si para romperte un hueso o abrirte la cabeza.

Llore de la desesperación, era imposible salir de esta casa, era imposible. Mogollón de seguridad, estoy en una habitación de la que no puedo huir. Ese loco, lo tenía todo bien calculado, no se le puede engañar.

Quiero volver a mi casa, a mí ciudad y estar con mi familia. Quiero salir de aquí, irme de aquí.

Llevo mi manos al pecho y el ritmo de mi corazón, va a un ritmo exagerado. Tengo que respirar tranquilamente, inhalo y exhalo con calma. Cierro mis ojos para calmar a mi corazón, no puedo llevarme disgustos muy fuertes, aunque este es el peor que me he llevado. Pero necesito tranquilizarme, para que no desmayarme.

Cuando noto que mi corazón se va calmando, voy hacia la cama. Tal vez dormir me vendrá bien, porque así, se me pasa las horas más rápido.

La puerta de abre y temo que vuelva a ser él, solo me da disgusto y sufrimiento. No deseo verle, no quiero que esté aquí y me diga cosas más hirientes.

Pero cuando me giro veo a un mujer de una edad algo avanzada, no tendrá más de cuarenta años. Es de piel canela, su pelo castaño y tiene unos rasgos latinos. Tal vez este equivocada, no lo sé.

—Hola, mi niña. — me saluda, su voz es dulce y cálido. Parece buena persona. —Soy María, la nana de Vladimir.

—¿Vladimir? No sabía su nombre, pero gracias. — sonreí. —No sabía que el sicópata tuviera nana.

—Le vi crecer. — asentí. —Te traje esto, debes comer y tomar tus medicamentos. — me puso una bandejas sobre la cama y tenía un montón de cosas.

—Gracias, María. — agradecí, sinceramente moría de hambre.

—Come, luego vengo a por la bandeja, buen provecho. — salió de allí.

Miré la bandeja, mi estómago rugía. Asi que, me fui comiendo todo.

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