Sarah Brown
Habían pasado varios y largos días y por fin, mi padre regresaba  a casa. El doctor nos dijo que podía volver a Nueva York, pero con revisiones médicas. No podía seguir como si estuviese recuperado. Todos estábamos emocionados, él se recuperó, no del todo, pero al menos salió del hospital. Vlad no se separó de mi lado y nos dejó a nuestra disposición, su jet privado.
Todos salimos del hospital y nos montamos rumbo al aeropuerto.
—¿Cariño? — le llamé y él me observó. —¿Todo bien? — me sonrió y me sujetó la mano.
—Todo bien, nena. — dejó un beso en el dorso de mi mano.
Sé que algo me oculta, le he notado raro estos días y no sé qué me esconde. Es como si estuviera despidiéndose, como si no nos volviéramos a ver. No sé si mi cabeza me está jugando una mala pasada, pero mi corazón, también lo nota y el corazón, jamás falla.
¿Le habrá dicho algo a mí padre y él alejó a Vlad de mi lado? No, no creo, me habría enterado.
—Vlad, ¿Por qué siento que te estás despidiendo? — pre