La noche caía sobre la ciudad cuando el Ford oscuro se detuvo en una calle lateral, bajo la sombra de una vieja farola que apenas daba la luz. Dentro se encontraba Reinhardt junto con sus hombres, quienes observaban la enorme casa al fondo de la cuadra.
No era cualquier casa, era una de esas mansiones antiguas, heredadas de viejas familias, de las que con los años habían pasado a manos más turbias. Desde fuera, parecía un lugar abandonado o quizás propiedad de alguien rico y excéntrico. Nadie imaginaría lo que ocurría ahí dentro.
Detrás de Reinhardt llegaron varios coches más, que ya sabían lo que debían hacer. El ambiente estaba silencioso, pero pronto se desataría el caos. Los hombres del Jefe se bajaron uno a uno, acabando con los hombres de seguridad que se encargaban de custodiar la casa.
Minutos después, la casa fue rodeada por los súbditos de Reinhardt. Hombres vestidos con abrigos largos y sombreros fedora se deslizaban como sombras entre los callejones. Algunos vigilaban las