Isabella retrocedió sobre la cama, pegándose a la cabecera, mientras que Zaid se inclinó hacia el colchón, apoyando un codo mientras la miraba con una sonrisa ladeada, casi perezosa, pero con un brillo peligroso en sus pupilas.
—Voy a disfrutar esto como no tienes idea —musitó—. Desde aquí puedo oler que no tienes ningún tipo de experiencia, ¿no es así?
No era una pregunta, era una afirmación. Una certeza que lo deleitaba.
—Y eso… —exhaló lentamente, como si saboreara la idea— eso me encanta. Me emociona, pues significa que nadie ha puesto las manos en ti. Que nadie ha recorrido tu piel… Que nadie, absolutamente nadie, te ha hecho sentir placer. No en la forma en la que el cuerpo puede hablar.
Se detuvo un momento, como si estudiara su reacción. No necesitaba que ella hablara. Lo veía en su mirada.
—No hace falta que me lo digas. Lo noto en la forma en la que miras, en el aroma de tu cabello… en la manera en la que hablas, en cómo te mueves... Todo de ti grita que estás intacta. He co