En medio de aquella oscuridad en la que ella no podía ver nada, en medio de ese amor que solo ella entregaba sin recibir nada a cambio, Tábata se encontraba sumergida en lágrimas. Las mismas preguntas seguían llegando a su cabeza una y otra vez. No supo en qué momento cambió la persona que era, no supo en qué momento todos sus buenos deseos pasaron a ser los peores para la persona que más amaba.
No había nada que pudiera hacer, no importaba cuánto se esforzara porque Brandon viera su corazón, él jamás lo iba a hacer.
Con cuidado tomó su celular entre sus manos dispuesta a marcarle a Brandon. Habían pasado ya un par de horas desde el momento en que él la había dejado en su casa y ni siquiera había marcado para preguntarle cómo estaba, cómo se sentía.
El celular de Brandon sonó por un par de veces.
— ¿Bueno, sí, diga? —Preguntaron del otro lado. La voz de Brandon no parecía ser la misma.
— ¡Brandon!
— ¡Ah, eres tú, Tábata!
—Brandon, ¿dónde estás? —Él comenzó a reír sin sentido.
—