Valeria respiró hondo frente al espejo del baño. Se acomodó la blusa marfil dentro de la falda tubo gris perla, alisó los pliegues con las palmas sudorosas y se miró directo a los ojos.
Sus ojos marrones y ligeramente asustados la recibieron como su reflejo. El impacto de la realidad fue brutal. El gran día había llegado. Sentía nervios, angustia y, al mismo tiempo, satisfacción. En ese día se decidiría mucho más que un cargo.
Sin embargo, una parte de su mente seguía pensando en Verónica. Su hermana llevaba dos días internada en la clínica de rehabilitación. El proceso de desintoxicación había comenzado con fuerza, el llanto, los temblores, los vómitos, todo era una lucha agotadora, sin contar con el duelo que estaba atravesando debido a la muerte de Rubén.
Su madre creía que Verónica estaba en un viaje de prácticas clínicas, cumpliendo sus pasantías de medicina. No sabía que su hija mayor había congelado la carrera hacía años. Que no tenía libros ni pacientes. Solo noches llena