La noche había caído sobre la imponente mansión Sokolov, sumiendo sus elegantes fachadas en sombras inquietantes.
En la opulenta sala de estar, Francesca y Sonya esperaban con rostros sombríos el regreso de Viktor.
De repente, la puerta principal se abrió, revelando la figura alta y elegante de Viktor, pero antes de que pudiera dar un paso dentro, Francesca salió a su encuentro con expresión decidida.
—Viktor, tenemos que hablar —anunció sin preámbulos, sus ojos azules brillaban con angustia— esto no puede seguir así, la forma en que tratas a Anya...
—Madre, por favor —la interrumpió él con un suspiro exasperado— ha sido un día largo y no estoy de humor para sermones.
—No, Viktor, esta vez vas a escucharme —insistió, alzando la barbilla— lo que le hiciste hoy a tu esposa fue inaceptable, tratarla de esa manera... ¿En qué estabas pensando?
Viktor apretó la mandíbula, por un momento pareció que iba a estallar, pero en lugar de eso, dejó escapar una risa seca y amarga.
—¿En qué estaba pe